Supongo.

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Supongo que se acostumbró a verla todos los días, a verla sonreír aunque estuviese triste, a verla en pijama, y sin maquillaje, se acostumbró a ver sus ojos llenos de un brillo especial, y sabía como tomaba a sorbitos la Coca-Cola, porque si no las burbujas le hacían llorar, también sabía que comía a mordiscos muy pequeños el chocolate, y que él se desesperaba siempre que ella hacía eso, supongo que se sabía sus lunares de memoria, sabía lo que iba a decir ella antes de que contestase, sabía lo que le gustaban las pelis de miedo, y lo muchísimo que odiaba la manzana, lo que le encantaba el helado, y las fotos, y el se resignaba a hacerse fotos con ella.

Supongo que era amor.

O quién sabe qué era.

Supongo que se acostumbró a ella, a su cuerpo, a sus manías más secretos, como morderse los labios hasta que se hacía heridas, o crujirse los nudillos, cosa que él no soportaba. Sabía que no le gustaban nada las uñas sin pintar, y ella siempre las llevaba pintadas, que ella siempre iba despeinada porque tenía mejores cosas que hacer que peinarse, o eso decía ella.

Supongo que se acostumbró a ella, a verla todos los días.

Supongo que él la quería, la quería cuando cantaba a pleno pulmón y pensaba que nadie la escuchaba, cuando era torpe, cuando lloraba, cuando reía e incluso cuando estaba enferma, la quería con todo su alma, y cuidaba cada uno de los lunares de su cuerpo (que por cierto, eran 32). Quería incluso a su mal humor.

Supongo que de quererse tanto, se les acabó el amor, y por eso ahora él está curando sus heridas, porque los recuerdos siguen ahí, como una espinita clavada.

La vida entre líneas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora