27-Los gemelos "Muerte"

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Libra:

—¿A qué te refieres con que irán al lugar donde está el abuelo? —pregunté—. ¿Por qué seguimos aquí? ¡Vayamos a protegerlo!

—¡No, ese es el problema! —se apresuró a pararnos Seijun—. Primero, felicidades por vuestras espadas—sonrió con alivio, antes de retomar su expresión seria—. Pero ustedes aún son débiles, sin ofender. Dejen que los adultos se encarguen.

—Por favor—nos pidió Hiromi, antes de girarse en dirección del demonio—. Sé que no me van a escuchar, así que por favor cuídalos.

Hiromi no se paró a escuchar su respuesta. Dio media vuelta y volvió a empezar a correr. Pocos metros después, sacó su espada y agarró a Seijun por el brazo, antes de plantar la espada en el suelo. Al instante una enorme ola de agua salió de la nada, subiéndolos hacia arriba y haciéndolos avanzar con más rapidez.

—¿Ustedes no se van a quedarse aquí, cierto? —preguntó Harry con irritación cuando los dos capitanes habían desaparecido del lugar.

—Bueno, ¿Para qué venimos a La Sociedad de Poder en primer lugar? —preguntó Ofiuco con la mirada determinada—. Hay que salvar al abuelo.

—¿No harás nada? —susurró Henry, dirigiéndose al demonio.

—No voy a arruinar sus sueños—contestó, encogiéndose de hombros—. Si ellos creen poder lograrlo, ¿entonces para que pararlos?

—¿Cómo puedes estar tan calmado en una situación como esta? —preguntó Ofiuco con sorpresa—. ¿No deberías estar preocupado de que unos "débiles" estén yendo a una muerte segura?

Johann se rio, antes de posar su mano sobre el hombro de Ofiuco.

—Hiromi y Seijun se equivocaron en algo—contestó—. No se requiere experiencia para forjar nuevos caminos, sino que determinación.

—Eres demasiado positivo para ser un demonio, rey del infierno—observó Piscis, enarcando una ceja.

—Me lo dicen muy a menudo—se rio el chico—. ¿Y bueno, seguirán hablando o irán a pelear por lo que aman?

Asentimos, antes de sacar nuestras espadas y dejar que Piscis nos teletransportara frente a la puerta de la casa.

—Es ahora o nunca—sonrió Ofiuco.

Hiromi:

—¿Y si los chicos salen? —pregunté por milésima vez, corriendo al lado de Seijun.

—¡Deja de repetir lo mismo una y otra vez! —me pidió, suspirando con frustración—. Ya son adultos, pueden tomar decisiones por sí mismos.

—¿Pero y si mueren? —seguí, preocupado.

—Al menos morirán luchando por lo que aman, ¿no? —cuestionó la chica—. Es mejor que morir de vejez o por muerte natural.

—Supongo que tienes razón—suspiré—. Es solo que no quiero verlos heridos.

—¿Crees que yo sí? —se ofendió la chica.

—¡Hiromi, por aquí! —gritó una voz a mi derecha.

Me giré, encontrando a Testu y Hagane, siendo rodeados por una decena de monstruos horribles. Medían más de dos metros, tenían todos una máscara tapándoles la cara, y el cuerpo deforme, algo curvado hacia el frente. Sus largas garras afiladas me incitaban a no acercarme mucho.

Levanté la espada, listo para atacar, pero Seijun me paró de un gesto de la mano, sacando su espada y tendiéndola frente a ella. Su espada era enteramente blanca, que sea el lado cortante como el lado que se agarraba con la mano. Al instante esta se volvió más pequeña por un centímetro, al mismo tiempo que muchos trozos de vidrio de colores volaban por el aire y se plantaban en el cuerpo de los monstruos, reduciéndolos a cenizas.

La Aventura Zodiacal: La Sociedad de PoderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora