XXVI. ¡Te odio Edith Elric!

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Solaris había llegado a la casa muy animada, pues hace mucho que no visitaba la mansión de los Mustang. Incluso le había traído regalos a las gemelas. Sin embargo, ellas ni siquiera habían querido salir de la casita de muñecas, que siendo un modelo a escala de la mansión, Mustang les había mandado a construir en el jardín.

—Las niñas son algo caprichosas a veces, señorita Solaris. Discúlpelas por favor —le decía Rose.

—No te preocupes muchacha, después de todo, ha pasado mucho tiempo —terminó comentando la socia de Mustang, y en el acto, ordenó traer algo de beber mientras esperaba a que Edith volviese, pues al parecer había olvidado la invitación que le hizo para que fuera a visitarles a su casa.

Solaris le envió un mensaje, y al no recibir respuesta, decidió esperar sólo un par de horas.

Para no morir de aburrimiento, cenó con las gemelas y Alphonse. Al asimilar que Edith ya no llegaría antes de que ella se fuera, acompañó a las niñas hasta su cuarto y abrió con ellas los regalos que les había traído. Cuando a ellas las iban a cambiar para que se acostaran a dormir, Solaris se despidió para marcharse.

Todavía con la esperanza de encontrar alguna respuesta de la rubia, sacó su móvil y comenzó a avanzar por el corredor mientras revisaba los mensajes que le había enviado, pero llamó su atención una fuerte discusión proveniente de abajo. Fue entonces, que con móvil en mano, Solaris se dirigió a las escaleras para averiguar qué es lo que estaba sucediendo.

El matrimonio estaba tan acalorado discutiendo, que ninguno de los dos se percató de su presencia, hasta que escucharon su voz.

—¡¿Edith, tú eres un hombre?!

Edward vio los ojos de Roy abrirse como platos, cuando miró hacia arriba. Era obvio que ya no estaban solos, aquella voz se lo había confirmado. Al darse vuelta y ver a la mujer que de las escaleras bajaba, recordó haber sido él quien le pidiese venir a su casa.

—Solaris... olvidé... que te había invitado. —Al menos el susto, consiguió llevarse el hipo que desde hacía mucho rato, le estaba molestando.

—¿Lo olvidaste? ¿Te olvidaste de mí?

Solaris notó lo ebria que Edith estaba. Eso explicaba por qué no le respondía los mensajes. Pero no era eso lo que realmente le importaba en esos momentos.

—Quiero que repitas lo que acabas de decir, ¿es verdad? ¿Tú, eres un hombre?

Decidido a decirle todo, Edward abrió la boca, pero Mustang se adelantó para hablar por él.

—Claro que no es verdad, ella tan sólo bebió de más y se ha puesto un poco bromista, ¿no es así, cariño? —Rogándole con los ojos que se retractara de sus palabras, sin embargo, Edward lo ignoró.

—Cada palabra que he dicho... es cierta, Solaris. Roy Mustang... se casó con un hombre. Yo, soy un hombre y ... mi verdadero nombre es Edward... no Edith.

Solaris comenzó a negar, no podía creerlo.

—Pero, las niñas, ¿ellas no llevan tu sangre? ¿Son tus clones acaso? Porque son igualitas a ti. Y si Roy no es el padre, ¿qué hay de las pruebas de paternidad? Yo misma las vi.

—No son clones.... —arrugando las cejas y golpeándose el pecho con orgullo Edward siguió diciendo—, ...ellas son mías... —acto seguido, intentó bajar la pretina de su ajustado pantalón; tratando de descubrir su vientre para enseñarle la cicatriz que le había dejado la cesárea.

Pero Mustang le sujetó con fuerza las manos para impedir que lo hiciera.

—¡DÉJAME!, ella... no cree que sean mis hijas... pues se lo voy, ... a demostrar.

Mi verdadero nombre es Edward IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora