XII. Fuego y hielo

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Las llamas danzaban sobre las mechas de las velas cuando la mirada de Edith se posó en él. Fuerte, imponente y por demás poderoso, así de implacable lucía Roy Mustang. E igual a la primera vez que lo viera, hubo algo en ese momento que pareció estarle alertando. No se trataba de su estatus, se trataba de su excepcional presencia y de esa temible habilidad recién revelada lo que le causó escalofríos. Sin embargo, el ligero temor que al inicio Mustang vio reflejado en el semblante de la indefensa novia que aguardaba en la cama, pronto cambió a una amplia y resplandeciente sonrisa.

—¡Roy! ¡Lo lograste! ¡Conseguiste controlar el fuego!

—Bueno, podría decirse que sí, aunque todavía tengo que perfeccionar la técnica. Lo que has visto, es lo único que de momento puedo hacer.

—Pero... llevas la piedra... y... también puedes controlarla.

—No, eso no. Me la quité justo cuando te dejé en la cama, ¿ves? —Edward desvió los ojos hacia la mesita de noche que le señalaba, pudiendo comprobar que la cadena de oro y el anillo descansaban ahí—. No me atrevería a hacer esto mientras llevo conmigo la piedra. No sé cuánto de este poder se pueda amplificar. Podría tener grandes problemas para controlar las llamas. Lo más sensato sería probarla en campo abierto pero, lamentablemente, eso no se puede hacer.

El que ambos hubiesen logrado transmutar, era algo muy suyo y muy íntimo, de lo cual se habían hecho cómplices.

—Sea como sea, esto es genial, ¡eres un Alquimista, Roy! —La alegría en el interior de Edward era sincera. En esa habitación no había nadie más a quién impresionar. Ahora sí tenía la certeza de que Roy estaba haciendo esto únicamente por él, reiterándole su confianza, al compartirle otro de sus secretos relacionados con la Alquimia.

—Mientras me enfrentaba a la depresión... —explicaba Mustang— ...nunca busqué ayuda profesional, a pesar de la insistencia de Maes. Y con eso sólo conseguí que los demás se preocuparan. Solaris, Alex, Havoc... ellos intentaron darme motivos para seguir adelante; y mi asistente, no se quedó atrás. Resulta que el padre de Riza guardaba una investigación completa sobre la Alquimia de Fuego y ella me la confió. Como siempre ha sabido de mi afición por la Alquimia, me ayudó a conseguir la mayoría de los libros de mi colección e incluso la piedra roja que compré para ti.

Mustang se quitó el guante y se lo dio a Edward, quien de inmediato comenzó a analizar el círculo dibujado en él.

—¿Esto te permite transmutar el fuego?

Tras la emoción en aquellos ojos dorados, que brillaban como la primera vez que le enseñó su colección de Alquimia, Roy se sintió verdaderamente complacido. Con ninguna otra persona podía ser capaz de compartir la dicha que le causaba ese logro. Y aprovechando que Edward todavía examinaba el guante, se sentó detrás suyo en la cama para decirle al oído con su seductora voz:

—La fricción genera la chispa y el dibujo del círculo de transmutación, efectivamente, es el círculo que corresponde al fuego. Más práctico que estar dibujando por todos lados, ¿no crees?

Rozando aquellos desnudos hombros con sus labios, consiguió dejar un rastro de humedad en la piel, que estremeció a Edward y aceleró la actividad en su vejiga.

—Roy, tengo que ir al baño.

Edward se levantó de repente de la cama, pero no pudo escapar de los brazos de Mustang, quien enseguida le dio vuelta para admirarle de frente. Siendo cuidadoso con el inmaculado vestido de novia, aprovechó que el rubio estaba de pie para terminar de deslizar hacia abajo la fina malla de tela que envolvía sus brazos y pecho, hasta que la prenda le llegó a la cintura. Siendo ignorado con su petición, Edward notó los ojos de Mustang fijarse en sus pequeños senos. Ante una indescriptible expresión, él comenzó a explorarlos, como si se tratara de la primera vez que los viera. Le tocó apenas con un sutil roce de las yemas de sus dedos que lentamente se fueron deslizando como arañas por el rumbo de sus costillas, continuando hacia sus caderas hasta aferrarse a su vestido y así quitárselo. Edward no llevaba prenda interior alguna cuando lo hizo y con asombro Mustang había terminado descubriendo el adhesivo que usaba para aparentar que era una chica.

Mi verdadero nombre es Edward IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora