V. Bomboncito

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Había sido una larga noche, llena de sorpresas y emociones: el rencuentro con sus amigos, la proposición de Roy... quién diría que después de tanto tiempo él aún siguiera interesado en el matrimonio. Después de todo lo que le había hecho pasar en sus propuestas anteriores, a Edward todavía se le hacía difícil creer que Mustang hubiese hecho a un lado su orgullo para volver a pedírselo una vez más. Aunque ya sabía de su perseverancia para lograr todo lo que se proponía, prefería pensar que a pesar del tiempo y la distancia era su amor el que había logrado sobrevivir. Edward quería aferrarse a esa idea. Porque, tal vez ante los ojos de los demás a Roy le fuera muy difícil aceptarlo, pero le había quedado claro que ser un chico ya no representaba ningún problema para estar a su lado, compartir su vida y tener intimidad con él. Al recordarlo, casi pudo sentir el fuerte agarre de Mustang en sus caderas cuando una corriente eléctrica se generó en la parte baja de su espalda, consiguiendo que un fuerte estremecimiento recorriera su cuerpo hasta la antenita rebelde de mechón rubio más alta en su cabeza. Cerró los ojos y tuvo que colgarle al número que recién estaba digitando. Así no podría comunicarse con su hermano menor. Respiró profundo un par de veces tratando de apartar, de su mente y de su cuerpo, todo recuerdo del erótico encuentro con Mustang; porque, definitivamente, eso era algo que no le mencionaría ni de broma a su hermanito. No sabía cómo Alphonse pudiera tomar el que hubiese vuelto a actuar tan irresponsablemente a sabiendas de las consecuencias que ese encuentro sexual pudiese tener.

—¡¿Y cómo están?!, ¡¿cómo son?!

Bastante entusiasmado preguntaba el menor de los Elric al saber del encuentro de su hermano con sus pequeñas sobrinas.

—Ellas están muy bien y son muy bonitas. Se llaman: Madeline y Melissa.

—¡Madeline y Melissa! ¡Muero de la emoción hermano!, yo también quiero verlas.

Edward sonrió ampliamente ante la emoción de Alphonse y se acomodó mejor en la cama de la antigua habitación de Ling.

—Claro que lo harás y será más pronto de lo que te imaginas.

—¡Genial!, oye, pero ¿Le contaste todo al señor Mustang?

—Por supuesto, Al.

—¿Y cómo lo tomó?

—Pues... él me propuso matrimonio. Y yo... acepté.

Hubo un silencio bastante prolongado al otro lado de la línea. Edward estaba a punto de comprobar si la comunicación no se había interrumpido cuando un resoplido de alivio por parte de Alphonse se escuchó.

—¿En serio? ¡Hermano! Me alegra que todo esté saliendo tan bien, temía tanto por ti cuando te fuiste.

—Tranquilo, yo estoy muy bien y feliz ahora, aunque... no sé qué pienses al respecto, pero decidí seguir fingiendo ser Edith por el bien de las niñas. Ellas reconocen esa imagen como su madre porque Roy las acostumbró a ver su fotografía y las registró como hijas de ella; además, siendo honestos, él me prefiere luciendo de ese modo y...

—Y tú lo amas demasiado Ed, eso no tienes ni qué decirlo —del otro lado de la línea Alphonse escuchaba atento a todo lo que su hermano de la manera más breve posible le hacía saber—. No importa lo que yo piense, si tú eres feliz con eso yo no soy quién para interferir con tu felicidad.

Por unos instantes nadie habló. Edward no estaba seguro de que adoptar otra identidad fuera su felicidad. Roy le había dicho muchas veces cuánto le amaba como Edith, pero nunca le había escuchado decir que también le amaba como Edward.

—En cuanto le cuente a Winry, seguro que hace todo lo posible para poder estar ahí y apoyarte.

—No, no debes decirle antes, ella no debe distraerse de sus estudios. Además, la gente de Roy se encargará de todo. Avísale cuando ya vayas a viajar, ¿crees que la abuelita Pinako pueda venir?

Mi verdadero nombre es Edward IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora