XXIII. Secretos

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En los Mustang Resorts...

... Con nostalgia, Jean Havoc miraba el interior de su oficina ya casi vacía, mientras guardaba sus cosas personales en una caja, cuando el llamado de Denny Brosh le sacó de su ensoñación.

—El señor Maes Hughes pregunta si puede pasar, señor Havoc.

—Claro, no es como que tengamos un secreto de estado aquí —respondió Havoc fingiendo buen humor ante Vato Falman. Quien en silencio le acompañaba desde hacía un buen rato.

—Espero que él pueda hacerte entrar en razón.

Ni bien el de cabello cenizo terminaba de enunciar aquello, cuando la siempre entusiasta voz de Hughes, resonó por toda la oficina.

—¡Qué tal! ¿Listo para partir?

—Sí, esto es lo último —le respondió el rubio mientras cerraba una caja y encendía un nuevo cigarro.

—Maes, pensé que venías a ayudarme a convencerlo de que se quedara, no a animarlo más.

—¿Bromeas? No hay mejor persona que Jean para encargarse de este asunto. Pienso que lo que ha decidido fue lo mejor. Lo único que se me hizo raro, es que Roy lo aceptara tan fácil teniendo una gran cantidad de compromisos en puerta.

Las miradas de sus amigos sobre su persona, consiguieron intimidar al alto rubio.

—¿Quieren saber cómo obtuve su autorización?

Ambos ejecutivos asintieron.

—Bueno, sólo le dije que lo pensara bien y terminara haciendo lo mejor para los resorts, como siempre lo ha hecho, sin dejar que sus asuntos personales interfieran en sus decisiones —sentándose al final y dando una larga calada a su cigarrillo.

—En ese caso, me alegra contar contigo Jean, porque justamente por eso es que he venido. Tengo una ligera sospecha sobre el boicot comercial hacia la Torre.

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Entre tanto, Russell había cumplido su promesa de comenzar a enseñarle a conducir a Edward.

El mayor de los Elric estaba en el cuarto de su hermanito cambiándose de nuevo con la ropa de Edith para poder bajar a cenar. Alphonse recogía la ropa que le había prestado para ponerla en el cesto de ropa sucia cuando se animó a comentarle sobre su salida.

—Ed, creo que no debes volver a hacer esto. Los rumores de los empleados podrían llegar a oídos de tu esposo y no creo que a él le guste saber que estás saliendo con Russell.

—Si lo dices de esa manera claro que no le gustará. Pero no estoy saliendo con él de una manera romántica, Al. Russell, es mi único amigo.

—¿Y qué hay de Ling?

—Vamos, tú mismo lo has escuchado cientos de veces, él es mi "amiguis". Y últimamente, con él no puedo hablar de otra cosa que no sea de lo que debe usar Edith. En cambio con Russell, siento que puedo ser yo mismo, sin ningún tipo de maquillaje. Además, hoy descubrí que congenio mucho con él, nos gustan los mismos juegos, ir a los mismos sitios... la velocidad, correr riesgos.

—Eso ni que lo digas, ambos están desafiando nada más y nada menos que a Roy Mustang.

—Lo dices como si mi esposo fuera un peligro de escala mundial. Él no va a enojarse Al, porque la idea de que hiciera más amigos fue suya.

Y guiñándole el ojo, Edward desapareció por la puerta de su habitación.

Al bajar, Alphonse notó que Mustang recién llegaba y tenía que topárselo de camino a la biblioteca, pues iba por el libro que leería después de cenar. Estaba muy nervioso por lo que estaba haciendo su hermano, Mustang había regresado antes de lo acostumbrado y no quería ni imaginar que se hubiese encontrado con Russell en la entrada. Pero al parecer su cuñado estaba tan inmerso en sus propios asuntos que dudaba que se hubiese dado cuenta de aquella visita. Pues ni bien había colgado el móvil, de inmediato ya tenía otra llamada entrante.

Mi verdadero nombre es Edward IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora