XXIX. Venganza

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Después del incidente, la mansión Mustang de inmediato fue custodiada por el propio ejército de Amestris. Y aunque Edward pudo haber huido hacia otro lugar cuando escapó con Russell en la moto, no lo hizo. Volvió a casa para asegurarse de que ni las niñas ni Alphonse se encontraran en ella cuando se volviese todo un circo.

Y no se equivocó. En cuanto los agentes llegaron, comenzaron a registrar todo, tanto dentro como fuera, hasta el último rincón de la mansión, aunado al alboroto que los medios de comunicación originaron en la entrada al llegar a acampar.

Gracias a la pronta movilización de los abogados que había contactado Hughes, evitaron que Edward fuese detenido mientras se hacían las averiguaciones. Lo dicho por Kimblee no era elemento suficiente para declararle cómplice de Mustang y privarle de su libertad. No obstante, tenían una orden para realizar el cateo.

—¡Abra ese panel ahora, señora Mustang! —Le exigieron a Edward en cuanto dieron con el escondite de los libros de Alquimia en la biblioteca.

—Eso no se abre nunca, es tan sólo un adorno...

—Sé perfectamente lo que es, en esta profesión no es el primero ni el último que veo, así que más le vale cooperar y hacer lo que le digo.

—No puedo, nunca antes lo he hecho.

Al límite de su paciencia el agente, obligó a Edward a presionar con su pulgar derecho la pequeña pantalla; pero nada sucedió. No conforme, hizo que repitiera la acción con sus diez dedos; y nada. Probó entonces con su voz, e incluso con una lectura de retina; mas el resultado, fue exactamente el mismo.

Fue hasta ese momento que Edward comprendió, por qué Mustang le había restringido el acceso. No es que no le tuviera la suficiente confianza, simplemente le estaba protegiendo.

—¿Cómo la abría su esposo?

—No lo sé.

—Señora Mustang, ¿quiere que crea que usted no estaba enterada de cómo le cambió el cuerpo su esposo?

—Él no le hizo nada a mi cuerpo.

Había otro agente observando todo el operativo a lo lejos, pero él no intervino, lo hizo uno de los abogados.

—Señora Mustang, no tiene por qué seguir respondiendo. Hasta ahora ha cooperado y ha hecho todo en cuanto le han solicitado pero sólo debe presentar su declaración ante un juez si es llamada a declarar.

—Claro, y no dude que lo hará, así que más le vale aconsejarle que no salga del país hasta ese entonces. ¡Quiero a alguien especializado trabajando en esta cerradura ahora mismo! —Ordenó entonces a su personal el agente.

Con el vestido destrozado y el semblante completamente desalineado, Edward permaneció en la sala, mirando cómo toda esa gente invadía la intimidad de su hogar, hasta que finalmente lograron sacar de la biblioteca la colección de Alquimia que a su esposo le había costado años y toda una fortuna reunir.

—Parece que no nos equivocamos señora, hemos llegado al fondo del asunto. Incluso, había un libro con la portada cambiada para que usted no se enterara de su contenido. Pero descuide, su esposo pagará por todo lo que le hizo —expresó el agente con demasiado sarcasmo ante el rostro preocupado de Edward.

—Roger no seas así. La señora Mustang tan sólo está pasando por lo que pasan miles de mujeres en el mundo cuando descubren que su esposo, no resultó ser la persona que creían que era —dando una gran calada a su cigarrillo fue hasta ese momento que el otro agente se acercó—. Sea un asesino, traficante, violador o... alquimista; igual duele descubrir con qué clase de monstruo se ha casado.

Mi verdadero nombre es Edward IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora