XXI. Señora bonita

226 25 18
                                    

Entre tanto, en otro punto de ciudad Central, las noticias también habían llegado a oídos de Ashleigh Crichton, quien sin pensárselo ni un solo minuto, enseguida arrojó unas cuántas pertenencias a su maleta para salir huyendo.

—¿Crichton? ¿Vas a algún lado? —Solft J. Kimblee, adelantándose a lo que el joven enfermero pensara, le esperaba afuera del edificio donde arrendaba.

Mirando primero para ambos lados, Ashleigh se acercó a la ventanilla abierta del auto para poder hablarle.

—Señor Kimblee, lo siento, pero tengo que irme. Si han ejecutado al doctor, no tardarán en dar conmigo.

—Oh, qué decepción. Pensé que teníamos un trato.

—Señor, yo no puedo ayudarle. Sin una piedra... lo que me pide es prácticamente imposible.

—¿Crees que Julia pueda hacerlo posible entonces? Ya que ha terminado su especialidad en Creta y que se graduó con honores, tal vez resulte ser más brillante que tú.

—Espere, no... por favor, a ella no la involucre en esto.

—Entonces, sube.

Apretando la manija de su maleta con fuerza, Ashleigh abrió la portezuela para subir al auto de ese hombre.

+++

Mientras tanto, en la mansión de los Mustang.

—Dejó su teléfono sobre mi escritorio, ¿cómo rayos voy a localizarla?

—Tranquilo Roy, Fuery quedó en llamarte enseguida si encontraba alguna imagen o noticia de Edith.

Al saber que no presidiría la junta, Jean Havoc había terminado por acompañar a Roy Mustang a su casa para ayudarle en lo que le fuese posible.

—Sí. Y si él no se ha comunicado, es bueno. Significa que Edith no fue reconocida. Pero... ¿por qué ella no regresa todavía? —Mustang recargó sus codos sobre sus piernas y apoyó su barbilla sobre sus manos, mientras evidentemente ansioso miraba la pantalla que proyectaba el enfrentamiento entre la policía y la manifestación.

Igualmente ansioso ante las escenas, Havoc comentó:

—Tal vez, la detuvieron.

—No. Si la hubiesen detenido, ya hubiese usado su llamada para avisarme.

Pero ante las crudas imágenes de los heridos... Havoc insistió.

—Tampoco me gusta la idea, Roy, pero... ¿No crees que deberíamos comenzar a buscar en los hospitales?

Tomando su cabeza con ambas manos, Mustang se hizo para atrás. Estaba recargado en el mueble con los ojos cerrados, pensando en lo que debía responderle a Havoc, cuando Alex le notificó a la vez que se ajustaba el comunicador en el oído.

—¡La señora Edith, ha regresado!

Mustang de inmediato se puso de pie y a toda prisa salió de la casa. Llegó justo para verle descender de una motocicleta.

—¡BUENAS NOCHES, SEÑOR MUSTANG! —Gritó el chico que se había quitado el casco para poder identificarse en la entrada de la mansión. Pero, en cuanto Edward bajó de la motocicleta, dio la vuelta para marcharse.

—¿Y ese quién es? —Le preguntó Havoc a Roy.

—Ese, es el hijo de Nash Tringham —respondió Mustang evidentemente enojado al conectar con los ojos de Edward, a quien enseguida le preguntó con sarcasmo —¿Eso fue lo suficientemente emocionante para ti?

Pero lejos de lo que esperaba, Edward no dijo nada para justificar su proceder. Tan sólo mantuvo la cabeza gacha. Mientras Mustang respiraba ruidosamente.

Mi verdadero nombre es Edward IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora