VIII. La Torre Mustang

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¿Se supone que debía recordarlo? Kemblee, Kemblee... ¡Mierda!

Edward le sostenía la mirada a Mustang, tratando de no mostrar expresión alguna que pudiera delatarle en su fallido intento por obtener alguna información de esa persona en su memoria. Sin embargo, su silencio fue suficiente motivo para que su prometido reflexionara sobre lo que le estaba haciendo.

—Perdón por haber reaccionado así. No debí hacerlo ver como un reproche. Pero es que recodar todo ese asunto todavía me molesta.

—Roy, tú ya me has pedido perdón por todo lo que ocurrió en el pasado. No es necesario que sigas haciéndolo por cada cosa que recuerdes.

Tratando aquello como algo sin importancia, Edward le dio la espalda, con la remota esperanza de que decidiera cambiar de conversación, pero...

—Por supuesto que es necesario. No sólo te hice responsable del espionaje corporativo en contra de mis hoteles, hice que tu primera vez se convirtiera en un infierno por su culpa.

Entonces... fue por él... que...

"Siénteme pequeña puta, siénteme y compárame con tus repugnantes amantes y dime: ¿Quién es el mejor?"

Edward se dio vuelta lentamente, tratando de conservar la calma cuando Mustang siguió hablando.

—No te escuché, no te creí cuando me aseguraste que nada tenías que ver con Kemblee. Incluso después de que Havoc me dijera todo sobre ti, seguí dudando. Entonces, investigué a profundidad hasta que hallé al espía infiltrado en las oficinas. Se trataba de Frank Archer. El muy maldito se robó por completo el proyecto de la Torre Mustang y huyó cuando inicié con las auditorías.

Pero antes de que Mustang pudiera decir más, les llevaron a sus princesas. Ellas no acostumbraban salir fuera de Central y se mostraban completamente emocionadas por el cambio de ambiente al que estaban siendo sometidas. Corrieron directamente a la cama, subieron y comenzaron a saltar sobre ella.

—Les he dicho que eso es peligroso, ¡bájense! —Mustang se acercó y con la misma rapidez con la que se subieron, las niñas bajaron y huyeron de él riendo a carcajadas.

Entre tanto, Edward seguía intentando encontrar en su memoria la imagen de ese tal Kimblee, mas no tuvo éxito. Sin duda, esa persona estuvo involucrada en un evento demasiado doloroso y tal vez hasta traumático en su vida. Por lo que su mente, había usado el olvido como mecanismo de defensa. Edward suspiró resignado y se concentró en las pequeñas que entre carcajadas se escondían tras él y le usaban como escudo ante su padre. Supuso que todo lo que pasó antes les había llevado hasta ese punto.

—Ya no quiero mirar hacia atrás, Roy. Quiero concentrarme en el presente y seguir hacia adelante.

Entendiendo lo incómodo que el tema resultaba para Edith, Mustang decidió no decir más y se unió al abrazo familiar, sintiéndose dichoso de tenerle entre sus brazos. Pensó que después de anhelarle tanto, le abrazaría las veces que sintiera el impulso de hacerlo, no se contendría nunca más. Después de tanto dolor y sufrimiento, al fin tenía la familia con la que siempre soñó y cuidar de ella debía ser su prioridad. También se prometió: jamás volver a dudar de Edith y hacer todo lo posible por protegerle; hasta su último aliento de ser necesario.

Hubiese preferido olvidarse de todo en esos momentos y quedarse a disfrutar de esa confortable habitación con su familia; pero el descanso, era un privilegio del que definitivamente no iba a poder disfrutar hasta que sus obligaciones con la empresa terminaran.

Tan pronto como Ling Yao llegó, envió a las niñas y al propio Mustang a sus respectivas suites para comenzar con el arreglo de la prometida.

Mi verdadero nombre es Edward IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora