III. Acuerdo

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Tras despedir a los invitados en la puerta principal, Roy Mustang levantó la vista al cielo para mirar las estrellas. Inhaló y exhaló profundo mientras pensaba en lo que iba a hacer ahora que Edith había vuelto. Metiendo las manos en sus bolsillos, lentamente se giró y avanzó igualmente despacio hasta encontrarse con una inesperada y tierna imagen al ingresar a su casa. Madeline y Melissa habían hallado la forma de acomodar sus pequeños cuerpos en el mueble más grande de la sala, a cada lado de Edith. Apoyando sus cabecitas sobre las piernas de su madre, disfrutaron de una gentil caricia sobre sus cabellos hasta quedarse completamente dormidas. Mustang las había observado dormir incontables veces, pero la paz y felicidad que proyectaban sus caritas, esta vez era realmente especial y bien sabía que esa felicidad se debía a Edith. Una fuerte sensación contrajo su pecho, una mezcla entre alivio, miedo y ansiedad.

—Es hora de enviarlas a la cama —dijo y tronó los dedos levemente para no irrumpir el sueño de las pequeñas. A su señal, Rose y Noah, que con prudencia guardaban su distancia de las pequeñas, se movieron para acatar enseguida sus órdenes.

Mas Edward no quería que ese momento terminase, se sentía muy feliz y no quería apartarse del lado de las niñas— Un rato más ¡por favor!

—Ya fue suficiente.

Frunciendo el ceño por completo Edward miraba a Mustang mientras las muchachas cargaban a las niñas.

—Ellas querían dormir conmigo esta noche —insistió.

—Sabes que eso no es posible...

—¿Por qué no? —Y al tiempo que Edward hizo su pregunta, una vocecita adormilada emitió un casi inaudible "¡Mami!"

Como acto reflejo, Edward se levantó para seguir a las muchachas pero Mustang lo impidió al tomarle de los hombros y responder en su oído a su pregunta.

—Porque mamá no vive aquí.

Cerrando los puños con fuerza Edward siguió cuestionando.

—¿Qué es lo que les dirás mañana cuando despierten y pregunten por mí?

—Les diré que todo fue un sueño.

Con el miedo de ser nuevamente separado de sus pequeñas, Edward tan solo pudo negar con la cabeza. Y anticipándose a otra de sus preguntas, Mustang continuó.

—Lo creerán, aún son pequeñas...

—Eso es... horriblemente cruel. Por qué permitiste que se ilusionaran de esa manera, sino me ibas a permitir seguir viéndolas.

Aunque habló por las niñas, Mustang pudo notar que la propia desilusión de la rubia iba incluida en ese reproche que consideró por demás injusto.

—¿Se te olvida que has sido tú quien se empeñó en verlas antes de que pudiésemos llegar a un acuerdo, Edith?

—¡Edward! ¡Mi verdadero nombre es...! —pero antes de que pudiera terminar la frase, Mustang ya se había apresurado a colocar una mano sobre su boca, evitando que ese nombre pudiera volver a escucharse.

—¡Cállate! Todavía queda gente despierta en la casa.

Aunque los invitados ya se habían marchado, fue obvio que su actuación aún no terminaba. Tenía que enfrentarlo, esa era la cruda realidad, su realidad. Roy Mustang jamás iba a aceptarlo como Edward.

Con ese nuevo pensamiento en mente, hizo un rápido movimiento de sus brazos y logró tumbar a Mustang sobre el mueble, terminando cayendo justo encima de él.

—¿Por eso el trato que me diste en la mañana fue muy diferente al que recibí después? —Cuestionó indignado.

Sus rostros estaban muy cerca, las manos de Edward sobre el pecho ajeno y el contacto de su cuerpo había dejado sin palabras a Mustang.

Mi verdadero nombre es Edward IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora