Al día siguiente las heridas de Chaewon habían desaparecido por completo. El dolor psíquico, en cambio, era más duradero.
Cada noche Hyejoo llegaba más pronto y se iba más tarde. Se mostraba siempre firme, pero también amable. La mayor parte de las veces hacía las cosas despacio y con paciencia, dándole tiempo a ella para excitarse, pero Chaewon difícilmente sentía deseo sexual por ella. A veces, no obstante, la tomaba bruscamente, en frío, igual que una niña incapaz de saborear las sensaciones. Pero hiciera lo que hiciera, Chaewon jamás dejó de sentir miedo y desconfianza hacia ella.
En dos ocasiones, incluso, llegó a sentir pavor de nuevo; y ambas veces ella la hizo arrodillarse al borde de la cama. A ella le gustaba charlar cuando no tenían relaciones sexuales. Le contó que muchas de sus víctimas eran marineros.
—El puerto de Burdeos es internacional; es el tercero más grande de Francia. Todos los días llegan barcos nuevos. Y muchos hombres buscan sexo rápido con otro hombre o con alguna mujer. A mí el sexo no me interesa; solo quiero la sangre. Nos encontramos, nos metemos detrás de un edificio y yo tomo lo que quiero. Casi todos ellos están tan ansiosos, que ni siquiera necesito hipnotizarlos. Los hombres comprenden el intercambio. Las mujeres a veces quieren más.
Chaewon sintió una amarga satisfacción al saber que, al menos, ella no le contagiaría el sida. Probablemente a esas alturas lo tuvieran ya las dos. Y ella se lo contagiaba todos los días a otra persona distinta, exactamente igual que Minho. El hecho de que ni siquiera lo mencionara o usara protección era inmoral, pensó Chaewon, pero luego se dio cuenta de que ella había hecho lo mismo. No tenía el valor suficiente como para hablar del tema. A menos que ella le hiciera una pregunta directa y se viera forzada a contestar, solo se limitaba a escuchar.
—Me he disciplinado y solo tomo lo justo, con eso me conformo —le contó ella—. Y ellos sobreviven. El médico del barco les da un aporte extra de hierro, y se recuperan. Además, se quedan aquí muy pocos días. Rápido, limpio, y fácil. Después de todo aquí vivimos cuatro como yo, así que hay que tener cuidado. Cuatro muertes en una noche suponen mil quinientas muertes al año, más que en París y Londres juntos, y eso sería una barbaridad para una ciudad como Burdeos.
—Pero has matado a personas, ¿verdad? —preguntó Chaewon una noche en que se sintió especialmente valiente.
Hyejoo pareció molesta ante la pregunta
—Detesto a las personas que suplican. Me vuelven loca: suplican sexo, suplican que les haga daño, que no se lo haga, que les deje hacérmelo a mí, suplican por sus vidas...como si sus vidas fueran un bien precioso. Ustedes, los mortales, se tienen en gran estima, pero para nosotros hay el mismo abismo entre un vampiro y un mortal que el que ustedes creen que hay entre un mortal y un insecto. No les importa aplastar a uno con el zapato. A mí tampoco me importa aplastaros.
—Pero ustedes...practican el sexo con nosotros...los mortales.
—Es lo mismo que si ustedes lo hicieran con un caballo o un gorila, aunque eso es repugnante.
—Entonces, ¿por qué lo haces?
—Soy un pervertida —rió ella.
Por lo general, Chaewon escuchaba en silencio. A menudo deseaba hacer preguntas, pero tenía demasiado miedo para abrir la boca. El concepto de Hyejoo de la vida era realmente extraño pero, a pesar de lo alocado e inhumano de semejante perspectiva, Chaewon no podía evitar sentirse en parte fascinada. Al menos lo estaba su lado más excéntrico y teatral. En una ocasión Chae había estudiado a una vagabunda durante una semana. Había analizado su forma de ser y su manera de hablar con la esperanza de representar el papel en escena con realismo. Del mismo modo analizó a Hyejoo. A veces creía haber encontrado a un ser de otro planeta, con una escala de valores por completo diferente.
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Descendiente de la oscuridad | Hyewon
FanfictionHay una mujer, la veo. La muerte sonríe tras su rostro, me seduce con vino. Encarna mis más ocultos deseos. Ciega, seguiría viendo tus llamas. Hay una mujer, la veo. La muerte se esconde tras su sombrero, me seduce con sonrisas. Y mi corazón es su...