Al día siguiente, poco después de la puesta de sol, Chaewon y Hyejoo abandonaron el château en la limusina. Al llegar a la autopista ella volvió la vista hacia la más alta.
De perfil se le veía demacrada, con los rasgos afilados. Sabía que necesitaba sangre. Estuvieron veinte minutos en el coche en silencio, y luego ella dijo: —Siéntate más cerca de mí.
Chaewon lo hizo, pero bromeó:
—Nuestro trato ha expirado.
Ella la miró a la cara, fijamente.
—Nuestro trato expirará cuando yo lo diga.
Chae no discutió. No era libre aún. Igual que a la ida, ella colocó un brazo por detrás de ella, haciéndola inclinar la cabeza hacia delante. La besó larga y apasionadamente, acariciando con la mano su rostro y su cuello como un ciego que memoriza los rasgos hasta que, por fin, puso las heladas puntas de los dedos sobre su yugular. Chaewon se rindió a sus besos, dejándose llevar. Fantaseaba con la idea de vivir con ella, no dejaba de preguntarse cómo sería pasar el resto de su vida rodeada de pasión. La idea la excitaba de tal modo, que alzó la vista hacia la pelinegra, respondiendo a su deseo.
Hyejoo no era tan monstruosa, se decía, dejando en un segundo plano los recuerdos de su brutalidad para revivir los más placenteros. Ella podía cambiarla, sabía que podía. Ella estaba encaprichada con Chaewon, y ella podía llegar a amarla a pesar de sus problemas. Sería fácil, y no tenía nada que perder. De pronto se le ocurrió la alocada idea de proponerle otro trato. Se quedaría un mes más con ella, vería cómo iban las cosas. Insistiría en que se reprimiera y no tomara su sangre. Y, además, ella tenía que decirle que posiblemente fuera portadora del virus del sida. Pero en esa ocasión ella tendría que acceder a no volver a emplear jamás la violencia con ella. Hyejoo accedería, estaba segura.
Cruzaron el puente más moderno, el Pont de Cubzac, y luego giraron para tomar la carretera que discurría paralela al puerto. Enseguida llegaron al mismo lugar al que, catorce noches antes, el taxi había conducido a Chaewon. Ella la besó en los labios una vez más, presionándola con cálida insistencia, haciéndola estremecerse y excitarse. Y cuando los labios de ambas se separaron, sus ojos permanecieron fijos la una en la otra.
Chaewon abrió la boca, dispuesta a contarle lo que había planeado, cuando se adelantó:
—No vuelvas aquí. Jamás.
Chaewon sintió que sus extremidades se entumecían, que su cerebro se congelaba, que su corazón se rompía ante tanta frialdad. El coche se detuvo y ella salió. No la miró.
Sin decir una palabra, Hyejoo cerró la puerta y se alejó, caminando rápidamente
en dirección al muelle. La limusina arrancó de inmediato. Cruzaron el Pont de Pierre, que llevaba al centro de la ciudad, y el coche se detuvo ante la puerta del hotel. Chaewon subió a su habitación como una zombi, hizo la maleta y se despidió.—La cuenta está pagada, mademoiselle. Dejaron esto para usted.
Dentro del sobre había un billete de avión para Filadelfia. Tomó un taxi y le ordenó que la llevara al aeropuerto de Mérignac. Allí compró otro billete para Madrid y tiró el de Filadelfia.
Pasaron tres semanas, y Chaewon comenzó a sentirse mal. Al principio pensó que se trataba simplemente de una reacción alérgica ante las especias de la cocina española, luego sospechó que podía ser el resultado de un corazón roto para siempre, pero enseguida comenzó a vomitar a diario, y tuvo que buscar un médico. Se hizo una serie de pruebas. El resultado la dejó estupefacta. Tras calmarse y recapacitar, lo primero que hizo fue comprar un billete de avión para Burdeos.
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Descendiente de la oscuridad | Hyewon
FanfictionHay una mujer, la veo. La muerte sonríe tras su rostro, me seduce con vino. Encarna mis más ocultos deseos. Ciega, seguiría viendo tus llamas. Hay una mujer, la veo. La muerte se esconde tras su sombrero, me seduce con sonrisas. Y mi corazón es su...