Capítulo 18

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Le dieron al bebé aquella noche y al día siguiente, tal y como habían prometido. Justo después del amanecer, tras esa segunda noche, mientras estaba a solas con el bebé, Chaewon metió la mano por debajo del colchón y sacó el tenedor que había escondido allí. Se acercó a una de las ventanas y comenzó a rasgar la masilla que unía el metacrilato con el marco de la ventana, tarea en la que había estado ocupada dos días. El trabajo resultaba lento y cansado en sus condiciones; tenía que arrimar una silla para hacerlo sentada. La masilla, ya vieja, se descascarillaba. La madera podrida se rajaba y astillaba.

Chaewon apoyó el respaldo de la silla contra la plancha de metacrilato ligeramente cóncava. Habían instalado el acristalamiento interior formando una suave curva por motivos de seguridad, para que nadie pudiera escalar y acceder al interior. Pero a nadie se le había ocurrido que quizá alguien quisiera escapar.

Chaewon siguió rajando y rajando la masilla hasta que la plancha de metacrilato cayó contra el cristal tintado exterior, que finalmente se rompió. Un aire frío entró en la habitación. Si había saltado alguna alarma, era silenciosa.

Dio el pecho al niño, lo vistió con ropa de abrigo y se lo sujetó fuertemente al cuerpo. Se vistió con toda la ropa que encontró y se arropó con una manta por los hombros.

Atando una sábana a otra, Chaewon bajó trepando al exterior. Rodeó el garaje sin hacer ruido para no despertar a la sirvienta y al chofer, que podían estar observando desde cualquier ventana, y entró. Había unos cuantos coches, pero ninguna llave. Entonces decidió desechar esa idea y corrió por el camino de gravilla, lamentando inmediatamente haberse puesto solo un par de calcetines con los zapatos planos de verano. Por fin llegó a la carretera.

Era enero, y hacía frío. Una fina capa de nieve, la primera que veía en Burdeos, cubría la tierra y los pinos. El denso aire creaba una niebla procedente del Atlántico que envolvía los viñedos. Llevaba un par de calcetines doblados a modo de guantes, pero seguía teniendo frío en las manos. Pasaban muy pocos coches, pero Chaewon siempre alzaba el dedo pulgar para que pararan. Debido a la niebla, los conductores no la veían hasta casi después de haberla sobrepasado. Y ella sabía que tenía un aspecto desaliñado y extraño, sin abrigo y con montones de prendas de verano y de otoño una encima de otra, y una manta. El bebé pasaba absolutamente desapercibido. Nadie paró.

Entró en el servicio de una gasolinera y dio de comer al bebé. Sus mamas por fin producían leche. Le lavó el pañal y lo colocó en el radiador para que se secara. No había más que dos pañales en el dormitorio, el resto debía de estar escondido en algún lugar de la casa, así que tendría que apañárselas.

Descansaron calientes durante más de una hora. Carol estaba helada, pero el bebé parecía estar bien. Tenía que cuidar de sí misma si quería cuidar del bebé.

Finalmente consiguió que la llevaran casi hasta Burdeos, y hacia mediodía otro coche la llevó, cruzando el centro de la ciudad, hasta las afueras. No sabía adonde ir. No quería volver a París, porque esa sería la primera opción en la que ellos pensarían. Pero ¿a qué otro sitio dirigirse? Decidió intentar tomar el ferri a Inglaterra en Le Havre, así que preguntó el modo de llegar en otra gasolinera. No iría a Londres, así sería más difícil encontrarla. Tampoco quería pensar demasiado en el futuro.

Chaewon consiguió que la llevaran en coche dos largos trayectos. Se sentía como una mendiga, de pie en la carretera con el niño en brazos. A última hora de la tarde comenzó a nevar, así que se vio obligada a resguardarse en otra gasolinera. Aunque el dueño no hablaba inglés, se compadeció de ella. Le dio café y un bocadillo de carne hecho con media barra de pan, y la dejó descansar en su oficina. Chaewon dio de mamar al bebé y volvió a cambiarlo. Necesitaba entrar en calor, y no dejaba de mirar al cielo, que comenzaba a teñirse de negro.

Descendiente de la oscuridad | HyewonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora