Con el sol en la espalda

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Salvia languidecía por el calor, languidecía por las rocas en su espalda, una y otra vez un azote golpeó su espalda haciéndola desear un final menos penoso.

Solo era su tercer día trabajando como esclava y ya se sentía desfallecer por el trato de las hormigas, fue desprovista del honor que antaño pudo ostentar y ahora no era más que un objeto que las hormigas podían utilizar a placer.

Ni siquiera su fuerza de la que antes podía presumir le servía, las hormigas, incluso las más pequeñas ahora lucían fuertes e intimidantes frente a ella, y vaya que lo trato, pero el cansancio, el dolor y un profundo sentimiento pesimista de impotencia que calaba hondo en su pecho, cada vez con más fuerza, interferían con ella a la hora de atacar, y por supuesto cada vez que trataba de escapar, peor era el castigo, cuanto más se resistía a trabajar con más fuerza azotaban su espalda, lo que claro significaba que cada vez tenía menos ganas de oponer resistencia.

Así una mañana más pasaba en completa sumisión, con una brecha de emociones dolorosas y difíciles de manejar para la Mantis.

Salvia tenía puesta sobre su espalda una gran piedra al igual que un grupo de otros insectos, sus pies se hundían con cada paso, en la tribu desde pequeños les enseñaban a las Mantis a caminar en la arena, viendo a un lugareños del desierto se vería como caminar con normalidad y en cierta forma así era, pero había una regla importante y es no cargar sobre la espalda mucho peso, si eso llegaba a pasar podría uno hundirse y quedar atrapado entre el objeto pesado y la arena, claro que eso no importaba si eras capaz de cavar, pero si no tenías tales habilidades podías considerarte Mantis muerta, por supuesto Salvia sabía cavar pero el problema era que hundir ligeramente los pies con cada paso era agotador y no podía detenerse por miedo a los azotes.

—¡Rápido holgazanes no tenemos todo el día!— Gritaba una hormiga mediana con un látigo en las manos que lo supervisaba a todos, su látigo se agitaba por el aire a voluntad de la hormiga, a menudo cayendo cerca de los pies de los esclavos y si él creía que era necesario también el golpe terminaba cayendo sobre la espalda, hombros, o costados de los bichos.

El látigo era aterrador, Salvia jamás conoció tal artefacto, que aunque parecía una simple cuerda sus golpes eran capaces de separar trozos de su caparazón, era realmente horrible y doloroso.

—Cielos esto no es para nada productivo— Se quejó uno de los guardias que acompañaba al que tenía el látigo.

—Sería más rápido si tuviéramos termitas— Respondía otro guardia en un tono impaciente.

—Hay que trabajar con lo que hay, al menos hasta que podamos traerle termitas a su Divinidad.

—Y más ahora que se están haciendo todos los preparativos.

—Escuché que se tienen planes de tomar el Arco de los Caídos.

—Sería apropiado, aunque me gustaría ir e invadir el gran oasis de una, en fin está a criterio de la diosa.

—Debe tener buenas razones para decidir tomar aquel lugar antes.

—Lo se lo se, solo estoy deseando poder aplastar algunas Mantis entre todos.

Ese comentario le vino muy mal a Salvia y enseguida una carga más grande que la piedra a sus espaldas, su tierra, sus padres, hermano y pueblo estaban en un terrible peligro, era su deber ir corriendo a avisarles, ¿Pero cómo hacerlo en su situación?Ese era el dilema. Estaba sola y era débil, y aunque escapara no sabría para qué lado dirigirse.

Se distrajo pensando en que hacer que sin querer dejó caer la roca que traía sobre sus hombros, esta resbaló por la arena y sin nadie que la detuviera acabó tirando a todos los insectos que iban por detrás de Salvia.

Los Dos LordsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora