Prólogo

32 1 0
                                    

Belgravia, Londres, 3 de julio de 1912.

Me temo que quedara una fea cicatriz— dijo el médico sin levantar la cabeza.

San sonrió con ironía.

-Bueno siempre será mejor que la amputación que profetizó Mr. Catastrófico.

-¡Muy gracioso!— resopló Wooyoung-. ¡Y tu..., mister Despreocupado, no deberías tomártelo a broma! Sabes de sobra lo fácil que es que se infecte una herida, y más en esta época, que es un sinónimo de condena a muerte: ¡aquí los antibióticos brillan por su ausencia y los médicos son todos unos carniceros ignorantes!

-Vaya, muchas gracias — dijo el médico mientras extendía una pasta marronosa sobre la herida recién cosida. Aquello escocía de un modo espantoso, y San tuvo que hacer un gran esfuerzo para que el dolor no se reflejara en su rostro. Solo esperaba no haber dejado ninguna mancha en el elegante diván de Lady Tilney.

-No es culpa suya. -San notó que Wooyoung hacía grandes esfuerzos para sonar amable, e incluso trataba de sonreír, una sonrisa bastante forzada, pero, al fin y al cabo, es la intención lo que cuenta-. Estoy seguro de que hace todo lo que puede -añadió.

-Nadie podría hacer más. El doctor Harrison es el mejor -aseguró Lady Tilney.

-Y el único... -murmuró San, que de pronto se sentía increíblemente cansado. La bebida dulzona que le había dado el médico debía de contener un somnífero.

-Sobre todo el más discreto -remató el señor Harrison.- El brazo de San quedó protegido por un vendaje blanco inmaculado-. Y para ser sinceros, no puedo imaginar que dentro de ochenta años las heridas abiertas con objetos cortantes y punzantes se traten de una forma distinta a como yo lo he hecho.

Wooyoung respiró hondo y San intuyó enseguida lo que iba a pasar a continuación. Se le había soltado un mechón de pelo del tocado, y con aire rebelde se lo colocó detrás de las orejas y replicó:

-Sí, bueno, en términos generales es posible que no, pero si las bacterias... ¿Sabe?, las bacterias son unos organismos unicelulares que...-¡Ya basta, Woo! -lo interrumpió San-. ¡El doctor Harrison sabe muy bien lo que son las bacterias! -La herida todavía le escocía terriblemente, y al mismo tiempo se sentía tan agotado que solo tenía ganas de cerrar los ojos y dormitar un rato. Pero aquello habría irritado aún más a Wooyoung, y San sabía que en realidad tras sus ojos azules que echaban chispas solo se ocultaba la preocupación y, peor aún, el miedo que le inspiraba su estado. Lo mejor que podía hacer por el era no dejar ver lo mal que se encontraba y su propia desesperación, de modo que sencillamente siguió hablando-. Al fin y al cabo no estamos en la Edad Media, sino en el siglo XX, el siglo de los avances revolucionarios. Hace tiempo que se han inventado el electrocardiograma, y desde hace unos años también se conoce el agente patógeno de la sífilis y se ha encontrado un tratamiento.

-Vaya, ya veo que alguien ha estado muy atento en la clase de misterios. -Ahora Wooyoung parecía a punto de estallar-. ¡Te felicito!

-Y el año pasado una tal Marie Curie obtuvo el premio noble de Química- añadió el doctor Harrison.

-Ah, ¿sí? ¿Y qué otra cosa ha descubierto esa buena señora? ¿La bomba atómica?

-Es terrible lo inculto que eres en según qué cosas. Marie Curie descubrió la radio...

-¡Vamos, cierra el pico de una vez! - Wooyoung se había cruzado de brazos y lo escrutaba furioso, sin prestar atención a las miradas reprobatorias que lanzaba lady Tilney-. ¡Puedes guardarte tus charlas para otro día! ¿Sabes? ¡Ahora! ¡Podrías! ¡Estar! ¡Muerto! ¿Quieres explicarme, por favor, cómo iba a superar yo esta catástrofe sin ti? - Se le quebró la voz-. ¿O cómo podría seguir viviendo sin ti?

EsmeraldaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora