Capítulo 5

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Oh, no, ya has vuelto a lloriquear otra vez —dijo Xemerius, que me esperaba en el pasadizo secreto.

—Sí —me limité a responder.

Para mí había sido muy duro despedirme de Lucas, y no había sido el único que había llorado. Mi abuelo y yo no volveríamos a vernos hasta dentro de treinta y siete años, al menos desde su perspectiva, y a los dos nos parecía un tiempo increíblemente largo. Si hubiera sido por mí, habría saltado inmediatamente al año 1993, pero tuve que prometerle a Lucas que antes recuperaría el sueño atrasado. Aunque eso era mucho decir, porque eran las dos de la madrugada y a las siete menos cuarto tenía que levantarme. Probablemente, mamá necesitaría una grúa para levantarme de la cama.

Al no oír ninguna replica impertinente de parte de Xemerius, le iluminé la cara con la linterna. Probablemente solo fuera imaginaciones mías pero pareció un poco triste, y eso me hizo pensar que lo había tenido muy abandonado durante todo el día.

—Me alegro de que me hayas esperado, Xemi…erius —dije en un repentino arrebato de ternura. También me habría gustado acariciarle, pero es imposible acariciar a los espíritus.

—Pura casualidad. Mientras estabas fuera, me he dedicado a buscar un escondite apropiado para este trasto —dijo señalando el cronógrafo.

Volví a envolver el cronógrafo en mi albornoz, lo levanté, lo apoyé en la cadera y me lo coloqué en el brazo. Bostezando, salí a la escalera deslizándome por la abertura, y a continuación empujé el  retrato  del tatata… del antepasado gordo, que giró silenciosamente hasta tapar de nuevo la entrada.

Xemerius me acompañó volando mientras subía por la escalera.

—Si presionas hacia dentro la pared trasera de tu armario empotrado  —no te costará porque solo es cartón enyesado—, podrás deslizarte a rastras hasta el trastero bajo la escalera. Y allí hay un montón de escondites posibles.

—Me parece que por esta noche me conformaré con esconderlo debajo de la cama.

Me caía de sueño y las piernas me pesaban como si fueran de plomo. Había apagado la linterna, de modo que encontré el  camino hacia mi cuarto a oscuras. Y probablemente en estado de letargo. En todo  caso cuando llegué a la altura de la habitación de Minho ya estaba medio dormido, y por eso cuando la puerta se abrió y me quedé atrapado bajo la luz, casi se me cayó el cronógrafo al suelo del susto.

—Oh, shit —gruño Xemerius—. Antes dormían todos como lirones, ¡te lo juro!

—¿No eres un poco mayorcita para llevar ese pijama de conejitos? — preguntó Minho.

Vestido con un pijama de seda azul, mi primo se apoyó graciosamente en el marco de la puerta.

—¿Estás loco? ¡Me has dado un susto de muerte! —murmuré para que no se despertara también la tía Sunhee.

—¿Por qué te deslizas de puntillas por mi pasillo en plena noche? ¿Qué llevas ahí?

—¿Qué quieres decir con eso de «mi pasillo»? ¿Quieres que trepe por la fachada para llegar a mi habitación?

Minho se apartó de la puerta y dio un paso hacia mí.

—¿Qué llevas bajo el brazo? —repitió, esta vez en tono amenazador.

El hecho de que hablara en susurros lo hacía todo aún más inquietante, y además Minho tenía una mirada tan… peligrosa que no me atreví a pasar a su lado.

—Oh, oh —dijo Xemerius—. He aquí alguien que padece un grave síndrome de rabia. Yo que tú no le buscaría las cosquillas.

La verdad es que tampoco tenía ninguna intención de hacerlo.

EsmeraldaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora