Nunca había elapsado tan confortablemente como esa tarde. Me habían dado una cesta con mantas, un termo con té caliente, galletas (cómo no) y fruta cortada a trocitos en una fiambrera. Casi me entraron remordimientos cuando me acomodé en el sofá verde. Por un instante pensé en coger la llave del escondite secreto e ir arriba, pero ¿qué iba a conseguir con eso aparte de complicarme la existencia y arriesgarme a ser descubierto? Me encontraba en algún momento del año 1953, pero no había preguntado la fecha exacta porque había tenido que representar mi papel de griposo apático.
Después de la decisión de Sunho de cambiar de planes, se había desencadenado una actividad frenética entre los Vigilantes, y finalmente me enviaron a la Sala del Cronógrafo acompañado de un ofendido mister Marley. Se le notaba a la legua que habría preferido mil veces estar presente en las deliberaciones que preocuparse por mí, y por eso tampoco me atreví a preguntarle por la operación Ópalo, sino que me limité a mirar al frente con la misma cara de fastidio que él. Nuestra relación se había deteriorado claramente en los dos últimos días, pero mister Marley era la última persona que me preocupaba en ese momento.
En el año 1953 me comí primero la fruta, luego las galletas y finalmente me tendí en el sofá y me arrebujé bajo las mantas. A pesar de la desagradable luz que emitía la bombilla del techo, a los cinco minutos ya estaba durmiendo como un tronco. Ni siquiera el recuerdo del fantasma sin cabeza que supuestamente rondaba por allí pudo evitarlo. Me desperté reanimado de mi sueño justo a tiempo para el salto de vuelta, y ya estuvo bien que fuera así, porque si no habría aterrizado ruidosamente en posición horizontal a los pies de mister Marley.
Mientras mister Marley, que se limitó a saludarme con una seca inclinación de cabeza, escribía su informe en el diario (seguramente algo así como «El aguafiestas de Rubí, en lugar de cumplir con su deber, ha estado holgazaneando y zampando fruta en el año 1953)», le pregunté si el doctor White aún estaba en el edificio. Me moría por saber por qué no me había desenmascarado y había revelado que mi enfermedad era fingida.
-Ahora no tiene tiempo de ocuparse de sus tonte... de su enfermedad - respondió mister Marley-. En estos momentos todos se están preparando para salir hacia el Ministerio de Defensa para la operación Ópalo.
Un «Y yo no puedo estar allí por tu culpa» flotaba en el aire con tanta claridad como si lo hubiera pronunciado.
¿El Ministerio de Defensa? ¿Y eso por qué? Seguramente no valía la pena que me molestara en preguntárselo al ofendido mister Tomate, porque tal como estaban las cosas entre nosotros, seguro que no me hubiera explicado nada. De hecho, parecía haber decidido que lo mejor era dejar de hablar conmigo. Cogiendo el pañuelo con la punta de los dedos, me vendó los ojos y me condujo sin decir palabra a través del laberinto de pasadizos de los sótanos, con una mano en mi codo y la otra en torno a mi cintura. A cada paso que daba, el contacto físico se me iba haciendo cada vez más molesto, sobre todo porque tenía las manos calientes y sudadas, y apenas podía esperar ya a sacudírmelas de encima cuando por fin subimos por la escalera de caracol y llegamos a la planta baja.
Suspirando, me quité la venda y le expliqué que yo solito podía encontrar la limusina.
-Aún no le he dicho que podía quitarse el pañuelo -protestó mister Marley-. Y, además, forma parte de mis tareas acompañarlo hasta la puerta de su casa.
-¡Deje eso! -Irritado, le di un manotazo cuando trató de volver a atarme la venda en torno a la cabeza-. De todos modos, ya conozco el camino, y si es imprescindible que vayamos juntos hasta la puerta de mi casa, le aseguro que no será con su mano en mi cintura.
Volví a ponerme en marcha, y mister Marley me siguió resoplando de indignación.
-¡Se comporta usted como si lo hubiera tocado con intenciones deshonestas!
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Esmeralda
FanfictionLibro Tres Hyunjin está en grave peligro y su única esperanza es Lix... aunque Felix ya no confía en él. A Lix no le hacía ninguna ilusión ser el último viajero en el tiempo, ni tener que saltar al pasado para cerrar el Círculo de los Doce (que, ade...