Leila
Pasado
Tres días, tres malditos días en que me han mantenido cautiva. No he comido ni bebido nada desde que Zeus me quitó la virginidad y me obligó a tomar la pastilla del día siguiente. Al menos no tengo que preocuparme por un posible embarazo; tener un hijo de ese hombre sería el peor castigo imaginable.
El frío es insoportable; mis articulaciones están congeladas, mis dientes castañean y mis manos están entumecidas hasta el punto de no sentir nada, con un tono morado. Mantengo mi atención fija en la puerta, temiendo que en cualquier momento se abra y Zeus entre.
Todavía siento dolor, y la sangre seca en el interior de mi muslo es un recordatorio constante. Aunque ya no estoy desnuda, gracias a una camiseta blanca sucia, rota y con manchas de sangre. No sé de quién es y no quiero saberlo; con tal de que me brinde calor y proteja de miradas morbosas, me basta.
Paso saliva para aliviar la sed, mi estómago gruñe y trato de ignorarlo. Desde aquel día, ya no he vuelto a llorar; creo que agoté todas mis lágrimas. Cierro los ojos, deseando que mis padres lleguen para rescatarme. Soñar no hace daño, supongo.
La puerta se abre y me pongo en alerta, recostándome en la pared y abrazando mis piernas. Mis ojos se abren de par en par, y la esperanza de ser libre renace.
—Santiago— susurro con un hilo de voz.
Después de aquel horrible día, no lo volví a ver y él tampoco vino a buscarme. Espero que se haya dado cuenta del error que cometió y quiera repararlo liberándome.
Me levanto con las piernas temblando, me acerco a él y lo abrazo. Su aroma me envuelve, recordándome los momentos felices que compartimos juntos. Pero esta vez es diferente; todo es diferente. No me devuelve el abrazo; en cambio, me aparta.
Busco su mirada y solo encuentro frialdad, no hay ese brillo que siempre me veía. Ahora hay indiferencia, incluso desprecio.
—Pensé que vendrías a liberarme—, digo.
—¿De verdad te crees tan valiosa como para que traicione a mi padre?—, pregunta, agarrando mi barbilla con fuerza. —Solo eres una zorra reemplazable.
Las lágrimas pican en mis ojos, mi labio inferior tiembla. Sus palabras se clavan en mi corazón como un estaca, cortando profundamente. Se ajusta los gemelos y noto el gran chupetón en su cuello, el labial esparcido por su camiseta blanca y el cabello desordenado, como si alguien hubiera puesto sus manos en él.
Me alejo de él, imaginando imágenes de él con otra chica, y duele. A pesar de todo, sigo amándolo, aunque sé que es estúpido. Una parte de mí creía que él se daría cuenta de su error y me salvaría.
—¿Estuviste con alguien más?—, pregunto, a pesar de ya saber la respuesta. Mi lado masoquista necesita escucharlo de su boca.
Se ríe y es como un puñetazo en el estómago.
—No hagas preguntas estúpidas si ya sabes la respuesta, mejor pregúntame cómo estuvo—, dice. Aprieto los labios, negándome a humillarme de esa manera.
—¡Pregúntame!—, ordena, perdiendo la serenidad que aparentaba.
Tiemblo, jamás lo había visto tan furioso. Su rostro se sonroja, las venas de su cuello y antebrazos se marcan.
—No—, respondo firme, alzo la cabeza retándolo. Sin verlo venir, su palma golpea mi mejilla derecha, el ardor me deja aturdida, me tambaleo pero logro mantenerme de pie.
Lo miro sorprendida, sin reconocer a la persona que tengo enfrente. El Santiago del que me enamoré jamás me hubiera puesto una mano encima; este es alguien distinto.
—¡Pregúntame, maldita sea, hazlo!—, grita. Niego, manteniendo la boca cerrada, las lágrimas pican en mis ojos pero me mantengo firme.
—¡Estúpida puta!—, me empuja con fuerza, aterrizo con un golpe seco en mis costillas, gimiendo de dolor. No me da tiempo de reaccionar, su puño conecta contra mi mandíbula, el sabor metálico explota en mi boca, escupo la sangre pero no se detiene. Un golpe se convierte en dos, después en tres, hasta que recibo una serie de golpes que me dejan mareada.
Siento mi cara inflamada, partes de mi cuerpo magulladas y adoloridas, mi ojo se hincha y apenas puedo ver. No solté ninguna lágrima, pero mi propia sangre moja mi rostro. Creo que me rompió varios huesos, el dolor en mi lado derecho es insoportable.
Se deja caer a mi lado, su mano toca mi rostro ensangrentado, me aparto con esfuerzo, su mano queda suspendida en el aire. Por unos segundos, veo arrepentimiento en sus ojos azules. Me hago bolita, intentando protegerme, no lo miro, me doy la vuelta mirando la pared, ignorándolo.
Suficiente daño me ha hecho ya. Se queda unos minutos, yo tensa y con miedo a que me vuelva a golpear. Suspira, me deja un casto beso en mi cabello y se va. Hasta entonces vuelvo a respirar.
Me mantengo en esa posición por varias horas, escucho el sonido que tanto temo e intento mantener la calma. Varias manos me toman y me llevan afuera, es la primera vez que cruzo la puerta. Los que me tocan me agarran con tanta fuerza que predico que dejarán marcas en mis brazos.
—Hola, linda—, dice una voz femenina, haciendo que levante la cabeza.
ESTÁS LEYENDO
Volveré A Verte [#1] NUEVA VERSIÓN
Romans[E-N- P-R-O-C-E-S-O] DUOLOGÍA VOLVER- Libro I --- Leila Miller regresa después de años con un solo propósito: vengarse de las personas que le hicieron daño. Vuelve más fuerte y poderosa que nunca, como dueña de una de las empresas de seguridad más...