1. Nuestro Pasado

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BAN

¿Saben lo que es sobrevivir robando? No es nada romántico ni aventurero. Es lo que haces cuando no tienes opciones, cuando la vida misma parece querer aplastarte. Crecí en Ravens, la ciudad de los bandidos, el basurero más podrido y despiadado que te puedas imaginar. Mi infancia no fue más que una pelea constante por lo poco que tenía, si es que alguna vez tuve algo realmente. Cada día era una lucha para aferrarme a cualquier cosa que valiera la pena.

Todo cambió una noche cuando decidí infiltrarme en una mansión para robar. El objetivo parecía sencillo, y la emoción de llevarme algo de valor era casi una adicción. Pero nada salió como esperaba. En los jardines de la mansión, oculto entre las sombras, vi algo que me dejó helado. Los dueños de la casa estaban golpeando sin piedad a un niño, pateándolo como si fuera basura. Algo en mí se encendió; no podía quedarme ahí sin hacer nada. Con un rápido movimiento, rompí una ventana para distraerlos y me acerqué al niño, ayudándolo a escapar de sus verdugos.

Corrimos juntos por las calles oscuras, esquivando esquinas y atravesando callejones hasta llegar a mi refugio: una casucha en ruinas donde había logrado mantenerme a salvo. Exhaustos, nos dejamos caer contra la pared, respirando pesadamente, tratando de recuperar el aliento. Sentía el pulso en mis oídos, pero el silencio en ese momento era ensordecedor.

Después de un rato, él rompió el silencio.

—Yo no te pedí ayuda —dijo, con una voz desafiante que intentaba ocultar el dolor y el miedo en sus ojos.

—Lo sé —respondí, tratando de sonar indiferente. Con movimientos rápidos, saqué una venda y una pequeña botella de agua de mi bolsa y me acerqué a él. Sin decir nada, comencé a limpiar las heridas en sus brazos y piernas. Me sorprendió que, aunque estaba herido, no se quejaba ni apartaba la mirada de mí.

—Entonces, ¿por qué lo hiciste? —preguntó finalmente, con una mezcla de incredulidad y curiosidad.

—Porque no soportaba ver cómo esos viejos golpeaban a un niño.

—Tch... Tú también eres un niño.

—¡Soy una niña! —me quité la capucha, dejando que mi cabello cayera sobre mis hombros. Vi la sorpresa en sus ojos, una expresión que casi parecía admiración—. ¿Cómo te llamas?

—Ban. ¿Y tú?

—T/n —le respondí mientras le pasaba la botella de agua y otra venda—. También deberías vendarte el estómago; seguro tienes moretones.

Mientras bebía el agua con una cautela que delataba su desconfianza, me levanté para buscar un balde y traer más agua del río.

—¿Vas a tu casa? —preguntó, arqueando una ceja, como si no pudiera creer que viviera en un lugar como ese.

—No, escapé de ese lugar hace tiempo. Ahora vivo aquí —le dije, señalando la humilde choza que llamaba refugio. Ban miró a su alrededor, tomando en cada detalle del sitio como si fuera un enigma.

—¿Puedo quedarme? —preguntó después de un momento.

—¿Qué?

—No quiero volver, y no sé dónde está Zhivago.

—¿Quién es Zhivago? —pregunté, pero él desvió la mirada, y su rostro se endureció. Entendí que era mejor no presionarlo.

—No tienes que decirme nada si no quieres. ¿Qué te parece si lo buscamos mañana?

—¿En serio? —La sorpresa en su voz era evidente, como si no pudiera creer que alguien estuviera dispuesto a ayudarlo.

—Claro, mientras tanto, puedes quedarte aquí si quieres.

AMOR ETERNO - BAN Y TÚDonde viven las historias. Descúbrelo ahora