Jane (IV)

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JANE

Entrenamiento marcial

Otro día aburrido. Los libros escaseaban, Jane se los había leídos todos los que tenía y Marco aun no había traído nuevos libros, las horas se hacían largas y desde hacía una semana los días eran más largos que las noches lo que hacía desesperar a Jane que no veía el momento de salir a la calle para disfrutar el tierno abrazo de la noche. La mamono miraba la mascara que le había regalado Marco, recordando lo feliz que fue esa noche, rodeada de personas sin que ninguna reparase en ella. Nadie la miraba, era una más, era como ellos.

Marco entró en la casa, el agotamiento se reflejaba en su rostro. Ese día, el mentor de Jane no inspecciono la casa en busca de polvo o algo que no estuviese en perfecto orden, algo insólito, pues a Marco nunca se le escapaba una.

—¿Estas bien? —preguntó Jane, preocupada por lo que le pudiese ocurrir a Marco.

Marco la miro con una sonrisa forzada.

—Todo va bien, pequeña, todo va bien —la sonrisa de Marco se esfumo al instante— ¿a quien quiero engañar? La verdad es que hoy ha sido un día complicado.

Jane preparó una bebida relajante para Marco, que cayó derrotado encima de la silla.

—Gracias —Marco bebió un largo trago de la bebida de Jane— hoy las calles han estado muy transitadas, por gente que no debería vivir en sociedad.

Jane no comprendía lo que su amigo quería decir.

—Quieres decir...gente como yo.

Marco miró a Jane, sorprendido y se rió.

—No pequeña, no me refería a eso. Han venido muchos criminales en los últimos días a la ciudad.

Jane suspiró aliviada, «no podría soportar ver a más mamonos por aquí, se comerían a todos los humanos, seria terrible».

Jane se sirvió también un poco a ella, era una bebida amarga que no le gustaba pero lo cierto es que la relajaba y en ese momento necesitaba un poco de relajación. Que hubiese muchos criminales sueltos por la ciudad solo podía significar una cosa: no podría salir.

—Lo siento, pequeña —le dijo Marco, que se había dado cuenta de la preocupación de su alumna.

Jane estaba apunto de derrumbarse pero por algún extraño motivo, un impulso irracional la hizo hablar sin siquiera pensar.

—Enséñame a defenderme.

Aquello cogió por sorpresa a Marco que casi se atragantó con la bebida, tosió con dificultad, soltando la mayoría del liquido que tenía en su boca.

—¿Qué dices?

—Ya me has oído Marco, quiero aprender a pelear, quiero poder defenderme por mi misma. —dijo Jane que se sentía más segura de si misma con cada palabra que pronunciaba con sus labios.

Marco se rascó la cabeza, inquieto.

—No sé si debería —reconoció el replicante.

—Porque soy un monstruo ¿no? —le replicó Jane, enfadada, sin ocultar su furia.

Jane dio un puñetazo en la mesa, que volcó los vasos en los que había servido la bebida amarga que Jane tanto detestaba.

—Enseñar a pelear a alguien siempre es algo peligroso, no importa lo que sea —se excusó Marco.

Jane hizo oídos sordos a las palabras de su mentor, fue hacía la cama y se acostó, tapándose completamente con las sabanas. Las horas se hacían eternas, Jane no tenía nada que hacer y tampoco tenía nada de que hablar, «no es justo, he demostrado que puedo ser responsable, me lo merezco», pensó Jane entre lágrimas, estaba triste, muy triste, «ha pasado tiempo desde que me conoce pero aun no confía en mí».

La mamono no supo en que momento entro en un sueño profundo pero cuando volvió a abrir los ojos estaba amaneciendo, «he dormido demasiado». Marco ese día no la había despertado, eso significaba que el replicante volvía a estar enfadado con ella, «siempre pasa igual, se enfada conmigo, pero soy yo la que tiene motivos para estar enfadada». Jane se levantó y se cambio de ropa, la ropa que tenía estaba demasiado sudada porque había dormido con toda la ropa y tapada con las sabanas, se sorprendió de que hubiese podido dormir tanto habiendo pasado tanto calor.

Bajó por las escaleras a la planta baja y vio a Marco, preparando la comida.

—Buenos días —saludo fríamente a su mentor.

Marco sonrió, algo que irritó profundamente a Jane.

—¿Te hace gracia? Me tratas como una mierda y ¿encima te ries de mí? —Jane dio otro golpetazo en la mesa, que tembló ante el golpe de la mamono.

—Supongo, pues, que no querrás mi regalo —dijo Marco poniendo las manos arriba, como si un bandido le estuviese atracando.

Jane se calmó un poco.

—¿Regalo? —preguntó Jane, que no estaba muy acostumbrada a recibir regalos.

Marco fue hacia una estantería y de allí sacó una caja rectangular de madera, la cogió con cuidado y la transportó sutilmente hasta la mesa, donde la depositó sin perder de vista a Jane, que miraba con un brillo de curiosidad en sus ojos que era incapaz de ocultar a Marco.

—Esto es para ti —Marco abrió la caja, y dentro de ella había una espada larga, su hoja reflejaba como un espejo, el mango de la espada era metálico, con un recubrimiento de madera. Tenía un grabado que cubría toda la hoja. Jane estaba sin palabras no sabía que decir, se hecho las manos a la boca como si quisiera evitar que la emoción y la alegría no escapasen de su cuerpo.

—¿En serio? —dijo Jane mirando la espada pero sin atreverse a tocarla— ¿Es para mí?

Marco asintió.

—Ayer te dije que todo eso porque no la tenía preparada, tenían que limpiarla. —Marco le hizo un gesto con la mano para que recogiera la espada— cógela. Con cuidado, esta afilada.

Jane cogió la espada con cuidado, era fría al tacto pero más ligera de lo que parecía por su aspecto, la levantó con una mano y después probo a bajarla despacio con las dos, la examinó de arriba abajo, con detenimiento en los pequeños detalles que poseía, en la parte de madera podían verse inscripciones religiosas en común, eran oraciones a Olidammara, dios en el que Marco ponía su fe.

También se fijo en la inscripción de la hoja, estaba escrito en un idioma que no conocía.

—¿Qué pone aquí? —preguntó Jane mientras palpaba con sus dedos la hendedura de la inscripción.

Marco se sentó con gran cansancio, su rostro reflejaba dolor.

—Es una inscripción en lengua enana, tiene unas letras que son diferentes del común, pequeña —dijo Marco, que emitió un largo suspiro— Ahí pone Talane, así se llamaba mi hija.

—¿De verdad quieres que yo la tenga? —preguntó Jane, que estaba muy emocionada porque Marco le quisiese dar algo tan importante para él.

—Ella no la va a necesitar ya —le contesto Marco, que intento forzar una sonrisa pero no lo consiguió.

Jane dejó la espada en la caja de madera, con cuidado para no producirle ningún arañazo, y se aproximo a Marco, al que abrazó como si abrazase a un padre.

—Perdóname si algunas veces me enfado por tonterías, nunca antes tuve un padre —le dijo intentando aguantar el llanto, pero finalmente la pena que sentía por haberlo tratado mal el día anterior venció y no pudo evitar llorar, llorar como una niña pequeña.


El legado de Rafthel I: El señor del sueñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora