El desconocido

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El Desconocido

Recuerdos del pasado

No podía evitar recordar, era lo único que no podía hacer.

A lo largo de su larga vida había realizado proezas, heroicidades que no estaban al alcance de cualquier otro; se había convertido en una leyenda pero, a pesar de todo lo que había conseguido, la huella de lo que perdió era demasiado grande como para olvidarla.

Cuando cerraba los ojos podía ver sus rostros, cuando se hacía el silencio podía escuchar sus voces; quizás por eso no le gustaba estar solo, no quería escucharlos, pues las voces parecían acusarlo. Las noches se hacían largas, más largas de lo normal.

Esa noche cerró los ojos, la primera vez en años que lo hacía, ya no podía resistirlo más; incluso él tenía que dormir de vez en cuando, aunque eso significara que los recuerdos volverían. Las imagenes del pasado y los fantasmas que allí seguían, en su mente, señalando con dedos acusadores y rostros fríos y pálidos.

—Hoy también has llegado tarde —dijo él mismo. Después de tanto tiempo le resultó gratificante volver a escuchar su verdadera voz, también le gustó ver que el recuerdo que aquella noche lo atormentaría tenía unas vistas preciosas, desde lo alto de El Risco del Sol, el lugar donde aprendió a escalar. Sabía a quien estuvo esperando aquél día, sin duda a él también quería verlo de nuevo, después de tanto tiempo, había olvidado su cara y su voz—. Alexander.

El sonido de la respiración jadeante de su hermano era algo a lo que nunca se acostumbró en su juventud y ahora, en sueños, seguía sin poder soportarla.

—Un Gray nunca debe mostrarse cansado —le recriminó a su hermano menor—. Nuestro padre no esta contento con tus progresos, Alexander.

El desconocido seguía mirando la ciudad que podía verse desde el filo del gran precipicio al que llamaban El Risco del Sol. Era una hermosa ciudad, y pronto sería suya. Había nacido para ser rey, para ser el gran rey de Rafthel.

—¿Y qué más da? —protestó su hermano pequeño, el principe Alexander Gray—. Eres tú quien será alguien importante.

De entre todos sus hermanos, Alexander era el único que avergonzaba al rey Victor, los demás habían demostrado ser valerosos en el campo de batalla e inteligentes fuera de él; Alexander poseía una gran inteligencia, al igual que todos los Gray, pero no la utilizaba para nada útil.

—El destino es cruel e incluso yo puedo caer en combate —reconoció; se giró para mirar a los ojos a su hermano pequeño. En cierto modo se encontraba nervioso, cuanto podría hacer desde la última vez, quizás dos milenios, quizás diez veces más. Para él el tiempo era algo subjetivo—. Por Boccob, Alexander, ¿qué formas son esas de presentarte?

Su hermano llevaba ropas que bien podría llevar cualquier herrero de la parte baja de Kaddastrei; estaba lleno de polvo y la única parte de su rostro que no estaba cubierta de polvo, aceite y grasa eran sus ojos azules, protegidos por las gafas protectoras que él le había regalado por su décimo cumpleaños. Su pelo rubio casi era gris y tenía los labios cortados.

—Estaba en mitad de un nuevo experimento —se defendió Alexander—. No he tenido tiempo de arreglarme para la ocasión.

—Ya no eres un niño, Alex —le recriminó—. Estamos en guerra, quizás la mayor guerra que ha conocido y conocerá la raza humana. Tus inventos podrían servir en la batalla.

Alexander suspiró y apretó los puños.

—Yo no creo máquinas de guerra, Sebastian. Solo de pensar que alguna de mis creaciones podría utilizarse para...

Sebastian dio un puñetazo a su hermano menor. Alexander cayó al suelo con una pequeña brecha en el labio.

—Tú no has tenido que ver a tus hombres encima de un charco de sangre, de su propia sangre —lo repudió. Si pudiese volver atrás hubiese hecho algo muy distinto, habría acabado con él allí mismo. Así se hubiese evitado todo y su cuerpo reposaría en las criptas del castillo de Kaddastrei, junto a los demás reyes de Rafthel—. Lo que creas para tu diversión podría salvar vidas humanas.

—Tenemos a los principes, tenemos a los dragones, tenemos el mayor ejercito que el mundo jamás haya conocido —le recordó Alexander a su hermano mayor—. ¿Qué tenemos que temer?

Sebastian agarró a su hermano del cuello de la chaqueta que siempre llevaba; una vieja chaqueta de cuero marrón que disimulaba el polvo que lo recubría.

—Somos el reino de Rafthel —dijo Alexander, como si no se sintiera parte de lo que sus antepasados habían construido—. Y tú eres la reencarnación de Io. Rafthel no necesita mi ayuda.

Entonces recordó la razón por la que no lo lanzó desde lo más alto del risco: era su hermano y eso para un Gray constituia una ley no escrita; aquél que mataba a su propia sangre no era merecedor de ella. Alexander no era el Gray perfecto, ni siquiera era apto para ser un principe de Rafthel, pero era sangre de su sangre y más aun, compartían un vinculo especial.

—Soy el primer hijo de nuestra madre —le dijo Sebastian—. Y tú el último.

Alexander miró hacía el suelo, con tristeza en la mirada.

—Soy una vergüenza para la familia -se lamentó-. Lo sé. A todos los haría muy felices si un rayo me partiese en dos.

El principe heredero soltó a Alex.

—Tú muerte sería la única que me produciría tristeza, Alex —reconoció Sebastian—. No eres una vergüenza para mi. Eres mi hermano pequeño.

Alexander levantó la mano para que su hermano lo ayudara a levantarse, pero Sebastian se fue dejandolo en el suelo, esperando una ayuda que no llegó.

—Debes aprender a levantarte solo —le indicó a su hermano que lo miraba con tristeza y desconsuelo.

Sebastian se disponía a bajar del risco cuando su hermano menor le llamo pa atención, aclarando su voz y levantandose por él mismo.

—Pronto ya no sere una carga para esta familia —dijo Alex—. Pronto podrás sentirte orgulloso de mi, hermano.

El primer hijo de Victor Gray había escuchado muchas veces esas palabras de la boca de su hermano pequeño, y aun así confió en él y le dedicó una sonrisa.

El hombre que soñaba recordó lo que sintió cuando su hermano concluyó su promesa. Recordó la sonrisa de su hermano al concluir su proyecto. El promer día que vió el rostro de su hermano en el fragor de la batalla, combatiendo codo con codo con él y los demás principes de la familia Gray. El día que el gran proyecto de Alexander vio la luz. El proyecto Phantom.

Entonces despertó y miró al centenar de documentos que había sobre su mesa. Estaba destinado a ser el rey de Rathel, el rey más poderoso de cuantos habían existido. Pero ahora solo le quedaban sus recuerdos; recuerdos de tiempos lejanos y mejores.


El legado de Rafthel I: El señor del sueñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora