Gildarts (XII)

288 11 2
  • Dedicado a Agustin Murcia de Castro
                                    

Loto contra Dragón

Habían salido de una emboscada para acabar en otra, el marido de Yumiko ya no los acompañaba y Jin estaba en el suelo, sobre un charco de su propia sangre. La misión se iba de las manos del shugenja.

—¡Gildarts! —alertó el samurái Kakita Orusa a su compañero—. ¡Detrás de ti!

Asahina Gildarts dio la vuelta y sacó su varita, era un trozo de madera viejo y con poca magia en su interior, pero era lo único que podía utilizar en aquel momento. Quedaba un largo camino de vuelta a casa, no debía malgastar fuerzas; el grupo del Cangrejo con el que estaban combatiendo era un grupo de muchachos acompañados de un samurái experimentado, nada que debiera preocuparlos. Excepto porque estaban en las tierras sombrías, allí la magia de los shugenja no tenía el efecto efecto deseado, en cambio la de los magos y los brujos del bosque veían incrementado su poder. Una muestra más de que las tierras sombrías no eran lugar para la fe.

Su oponente era poco más que un chiquillo, pero por un momento pensó que se trataba del Gran Oso, era un chico con una altura descomunal, que blandía un martillo con el que realizaba terribles golpes al cuerpo; Gildarts esquivó los golpes gracias a que su rival no era rápido y tampoco era bueno leyendo los movimientos del discípulo del vacío.

—Acabaré contigo, por la gloria del Cangrejo —le decía el chico, al escucharlo hablar, Gildarts logró recordar donde lo había visto. Era el hijo de Minuri Moane.

Asahina Gildarts no quería combatir contra un niño, pero no le quedaba más remedio, en la batalla era él o el cangrejo.

—Orusa, ve a por él —señaló con la mirada al samurái veterano, un hombre curtido en mil batallas y famoso por su crueldad, Hida Joguo, Cangrejo de Sal.

La habilidad del Kakita sería lo suficiente para contrarrestar la brutalidad del samurái del Cangrejo mientras Keisin se encargaba de Jin, no quería perder a otro hombre.

Los ocho enemigos que les hacían frente atacaban con la fiereza característica de los Cangrejo, que solo era superada por los hombres del clan del León. La batalla poco a poco se decantaba a favor de la Grulla; la herida de Jin afectaba a la moral de grupo.

—Dejadme aquí —pedía una y otra vez el hechicero. El miembro de la familia Asahina no pensaba hacerlo, no lo abandonaría.

Yumiko era una experta en combate, pero no podría aguantar a cinco jóvenes samurái a la vez durante mucho tiempo. Entonces Asahina Gildarts tuvo una idea, al retrocedes y sentir su colgante de jade chocar contra su pecho.

—Quitadles el jade, se sumirán en la oscuridad —era algo monstruosamente horrendo, algo demasiado cruel para él. No había otra salida, era un mal necesario.

Incluso Cangrejo de Sal hizo una mueca de desaprobación al escuchar lo que el discípulo del vacío quería hacerle a él y a sus muchachos.

—Quitadselo vosotros antes —voceó el cangrejo—. No dejéis que esos pajarracos nos quiten lo nuestro, ¡vengad a Kisada!

El grito de Hida Joguo inquietó al Asahina. ¿Qué tenían que vengar?

Orusa fue el primero que trató de conseguir el objetivo, sin Shuro, él era el único especializado en el arte del corte. Lanzó un tajo veloz y certero que atravesó la armadura de Joguo y le destajó el pecho. El trozo de jade cayó al suelo y el temido Cangrejo de Sal hincó la rodilla y llevó sus manos al pecho; la corrupción empezaba a hacer su aparición, las venas de su cuello y cabeza se tornaban negras a cada segundo y el tono de su voz comenzaba a tener débiles tonos sombríos; las criaturas de la sombra transmitían la corrupción, pero la tierra maldita lo hacía de forma más rápida y eficaz. Sin la cabeza de la expedición, los niños cangrejo estarían perdidos.

El legado de Rafthel I: El señor del sueñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora