Jane (V)

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JANE

Justicia urbana

El abrazo de la noche, que para la mayoría de las criaturas era un símil de la fría muerte, para Jane significaba el abrazo de la vida. Marco no era partidario de que la mamono dedicase sus noches a tal tarea pero era le única forma que tenía Jane de sentirse útil para la sociedad, no solo para su mentor. Hacía poco tiempo que Jane había cambiado la calidez de una silla de madera y unas mantas calientes por la humedad y el frío de los tejados, pero en la ciudad casi siempre había algo que hacer y su soledad y aburrimiento duraban poco.

Aquella noche estaba siendo especialmente larga, no había escuchado todavía a ninguna persona que requiriese de su salvación, por un lado era un alivio, si la ciudad conseguía estar una sola noche en paz era signo de que estaba haciendo bien su trabajo, no obstante también significaba que seria una noche monótona. Jane callejeo durante un buen rato, mirando tras las esquinas que peligros podían acecharla, pero tras cada esquina de la ciudad lo único que veía era soledad, «nunca antes habían estado tan vacías», pensó Jane que buscó y buscó alguna alma con la que poder al menos dialogar, «si me ven con estas pintas, pensaran que soy una asaltante», recapacitó Jane al momento.

Jane salía a patrullar por la ciudad buscando malhechores, con un atuendo que ocultara todo lo posible su cuerpo, utilizaba restos de muchas prendas usadas de Marco, que las utilizaba a modo de recubrimiento, en la ciudad ya era conocida como La momia de la noche, no era un nombre que le gustase, pero mantenía su identidad oculta y eso era mejor que nada. Absorta en sus pensamientos apenas escuchó el salvaje gritó que emanó de un callejón cercano, fue como una ilusión, llevaba demasiado tiempo sin hacer nada y tardó varios segundos en reaccionar y cuando pudo hacerlo sus primeros pasos fueron algo torpes, pero pronto la emoción de la batalla volvió a aflorar en ella, como en otras tantas ocasiones en las que había tenido que defender a alguien y finalmente pareciese que eso era lo último que deseaba.

Cuando giró de nuevo la esquina encontró a un muchacho, de no más de siete años, tirado en el suelo, arrastrándose, sin perder de vista el frente.

—¡Esta ahí, esta ahí! —gritaba el muchacho, estirando de la pierna de Jane con sus pequeñas manos.

Jane hizo un esfuerzo pero no vio nada, ni escuchó nada, «es un mendigo, posiblemente no sepa ni lo que haya visto», pensó la mamono que agarró fuerte la bolsa donde llevaba un poco de dinero que utilizaba para las emergencias, «lo único que abundan más que los violadores en esta ciudad, son los ladrones».

Agarró al niño por el cuello de su harapienta camisa y lo levanto tirando de él.

—¡Esta ahí lo juro! —seguía diciendo el niño, tirando ahora, de las ropas de Jane que estaban atadas a la cintura— ¡Tiene que creerme!.

—Es demasiado tarde para que un niño...—un fuerte golpe derribo a Jane y la tiró al suelo.

La boca le sabía a sangre y tierra por igual, alzó la vista pero no vio nada, sintió a su espalda como el niño se agachaba tras ella y se escondía, las manos del infante temblaban, todo su cuerpo temblaba, pero no había ni rastro de aquello que la había golpeado.

—Esta utilizando magia para hacerse invisible, no te separes de mi —ordenó Jane que se levantó rápidamente y desenvainó la espada que Marco le regaló y con la que, en otras tantas ocasiones, había defendido a los inocentes, aunque esta era la primera ver que tendría que enfrentarse a alguien que utilizaba la magia.

Jane miró a su alrededor, buscando algún indicio de un nuevo ataque, Marco le había dicho que era la única forma de protegerse de alguien que estuviese usando magia de invisibilidad, «hay algo más, algo más que se me escapa, algo que he olvidado», se lamentaba Jane, que no estuvo atendiendo todo lo que debería a Marco en aquella lección.

El legado de Rafthel I: El señor del sueñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora