Gildarts (VIII)

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  • Dedicado a Danny Garrido
                                    

GILDARTS

Peso sobre los hombros

«Ojala pudiese ver un incendio en vuestras tierras y avisaros de ello —deseó el hombre que todo lo ve mientras escuchaba las quejas y las bravuconerías de un noble Akodo del León. Desde que había vuelto de su retiro para prestar sus servicios a su nuevo señor, Nagashi Roy, no había dejado de ver como los entresijos de la corte no eran más que un baile de mascaras y disfraces donde las cosas nunca eran lo que parecían— al menos ya queda poco para que se vayan».

Mientras Gildarts estaba en sus pensamientos, escudriñando el gesto de aquellos nobles, Nagashi Roy hablaba con ellos; a pesar de su corta edad inspiraba más carisma del que nunca había inspirado Doji Akane y lo más importante para Asahina Gildarts: El chico sabía escuchar.

—Entiendo que nuestros clanes hayan tenido algunas disputas en el pasado pero...

—...los grullas creéis que por casar a una de las vuestras con el emperador tenéis más derecho que los demás —le interrumpió Hida Taken, un cangrejo tan barrigón como malhumorado, un enviado de la familia Hida—. Vuestra lengua no os protegerá de las criaturas que habitan al otro lado de nuestra muralla.

Roy mantuvo la sonrisa pese a la grave falta que acababa de recibir en su propia mesa. Gildarts de buena gana le hubiese mostrado lo poco que su martillo de guerra podría hacer frente a la magia de un Asahina como él pero, al igual que su señor, debía guardar la compostura.

Leones y cangrejos habían llegado hacía dos jornadas a la capital para entablar contactos con Roy; el León estaba ansioso por sacar tajada de la guerra entre el Cangrejo y la Grulla. Gildarts ya había advertido a Roy de que seguramente ambos clanes ya habían pactado entre ellos pero no se imagino que serían tan similares en una mesa de dialogo.

«Ambos clanes han elegido traer a un idiota acompañado de un hombre».

Hida Taken y Akodo Lenis destacaban por su bozarrón, lo único que podía escucharse en la sala era a ellos dos, cuando uno hablaba el otro esperaba a que su homologo terminase para comenzar él y luego al revés. Nagashi Roy aguantaba el chaparrón como podía e intentaba hacerse entender con un tono mucho más bajo y educado que el de aquellos dos hombres.

Pero si algo le preocupaba a Gildarts no eran las voces de aquellos dos hombres, sino el silencio de sus acompañantes. Matsu Lania por parte del León y Minuri Moane.

Lania era una mujer que había visto muchos inviernos y batallas a lo largo de su vida y su rostro y manos daban buena fe de ello, las cicatrices la hacían parecer aun más fea de lo que ya era; tenía una nariz grande y sobresaliente, como el pico de un ave, y unos ojos pequeños que intentaba mejorar con maquillaje, pero pocos podrían decir que sus esfuerzos habían tenido su recompensa.

El acompañante de Taken había venido acompañado de media docena de sirvientes para que pudiesen transportarlo; Khram le había dicho que el señor de los Minuri había perdido la movilidad de las piernas en una batalla, un detalle que no le gustaba que le recordasen.

—Sentado puede ser igual de peligroso que de pie —le había advertido el hombre gato al hombre espíritu.

El rostro de Moane era más enigmático que el de cualquier otro en la sala. Lania mostraba su conformidad con las condiciones que Roy ponía sobre la mesa pero Moane seguía con aquella expresión con la que había llegado, «parece que todo lo molesta», pensó Gildarts. Sus ojos, fríos como el hielo, habían un perfecto complemente a su piel blanca como la nieve y su pelo gris como la ceniza.

—Nuestro derecho por las tierras Yasuki nada tiene que ver con los matrimonios en Otosan Uchi —le recordó Roy al impetuoso cangrejo.

Hida Taken soltó un bufido y se reacomodo en su asiento.

El legado de Rafthel I: El señor del sueñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora