Edwin (VIII)

259 10 4
                                    

Con sabor a despedida

Había pasado el mejor mes y medio de su vida. Finalmente Helden lo acogió medio mes más de lo planeado.

Durante ese tiempo, el pequeño zorro había aprendido una decena de conjuros; algunos de ellos de gran complejidad. Con Helden había comprendido los principios más importantes de la magia e incluso los demás profesores, habían empezado a tenerlo en cuenta.

—Mañana más y mejor —le animaba el profesor de abjuración cuando caía la noche; siempre lo animaba a superarse día tras día. El talento de Edwin parecía no tener fin.

Los días habían pasado demasiado rápido para su gusto y ojala hubiese podido alargarlo durante un año más...pero ese día Helden, juntó a todos sus alumnos en el aula de abjuración avanzada.

—Divad se está retrasando —comentó Helden, después de que su aprendiz llevase más de media hora de retraso—. Debí haberlo instruido en el arte de la puntualidad.

Divad no llegó a la cita y el maestro abjurador, pospuso la reunión. Nadie lo decía en voz alta, pero era un secreto a voces; Helden abandonaría la universidad para partir a Eva y unirse a El Priorato, la organización mágica más poderosa de cuantas había. Desde su torre de hielo, los miembros de El Priorato manejaban los hilos de todas las universidades y colegios arcanos repartidos por el mundo; suponía un gran honor pertenecer a la orden, pues eso significaba ser uno de los siete magos más poderosos del mundo.

—¿En qué piensas, Ed? —preguntó el maestro de adivinación, el nuevo tutor de Edwin durante el próximo mes—. Estás más distante.

Edwin se pasaba las horas mirando por la cristalera de la torre del maestro de adivinación, imaginando qué sería de su vida sin Helden, su principal valedor en el colegio; Rhaban también le tenía aprecio, pero no una fe ciega.

—Seguro que usted ya lo sabe —como buen maestro de adivinación, el anciano profesor, sabía muchas cosas, algo que fascinaba al pequeño zorro, un amante de las historias y los conocimientos.

—La magia de adivinación no debe ser una herramienta que nos prive del contacto humano —explicó con su gesto amable y sincero—. Dentro del trabajo de un adivinador, también está el escuchar —Renalier, era sabio y astuto; sabía que decir para que Edwin le prestara atención.

Edwin se dio la vuelta, sentandose en el poyete de la ventana.

—Helden se irá muy lejos, no podrá seguir enseñandome magia —lamentó el pequeño zorro. Renalier se sentó a su lado.

—No hay mejor maestro en la vida que uno mismo, pequeño Ed. Algún día tendrás que volar lejos de aquí, tu talento no es un tesoro que debamos guardar aquí.

La idea de abandonar la institución lo desanimaba; le gustaba el ambiente que había allí, también le gustaba pasar tiempo con sus nuevos amigos. Pero por otro lado, deseaba con toda su alma el poder ayudar a sus padres y vivir junto a ellos.

—Si me voy de aquí, no volveré a ver a mis amigos —pensó en el peligro que corría Divad con la chica que lo acompañaba; tal vez a lo único que no temiese fuese el hombre pelirrojo, pero sabía que era peligroso—. Quiero estar con ellos.

El maestro adivinador suspiró.

—Cuando era joven, también pensaba así, me asustaba dejar mi casa, mis amigos...no es algo sencillo de asimilar, pero todo niño termina convirtiéndose, inevitablemente, en adulto.

Edwin bajó la mirada, pensativo, haciendo un gran esfuerzo por escuchar la voz de su cabeza, pero como en otras tantas ocasiones...nadie le respondía.

El legado de Rafthel I: El señor del sueñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora