capítulo 5

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Jason se había informado gracias a la recepcionista del hospital durante esas horas que Sarah estaba bien, se había pasado la gran mayoría del tiempo intentando localizarla sin éxito hasta que decidió llamar directamente al hospital para informarse de ella.
Al saber que no paraba ni un segundo pero que estaba bien, podía estar ahora más tranquilo para poder seguir con su turno.
Había dejado a Lobo en casa de la madre de Sarah nada más obtener el protocolo de actuación policial ante los acontecimientos, al saber que sus turnos serían dobles, lo mejor era dejarlo en casa de su suegra para que no estuviera solo y evidentemente pudiera ser atendido ante sus necesidades cotidianas.

Ahora estaba en el coche policial patrullando las calles junto a su compañero, ambos con mascarilla, las mismas mascarillas que les había proporcionado Sarah días antes.
Estaban a la espera de que en el protocolo del estado de alarma las incluyeran, lo habían estado hablando con anterioridad en comisaría, solo las llevaban los médicos y pocos policías que por suerte él mismo les había informado que era lo mejor, en cambio desde el gobierno, aún no habían comentado nada al respecto y por ende la gente por las calles no las usaban.

— ¿ cuándo crees que se va a calmar la cosa?

Jason seguía mirando por la ventanilla pensativo — no lo sé, pero por lo que se está viendo, estaremos así bastante tiempo.

— ¿ creés que conseguirán saber de qué clase de virus se trata?

— es posible, vete a saber.

— estas muy cortante, y eso que ya sabes que Sarah está bien.

Soltaba aire despacio — si, lo sé, es que estoy cansado nada más.

— cansado y estresado.

Elevaba su ceja — ¿ estresado? — lo miraba ahora.

— si, por no haber podido hacer lo que tú ya sabes. — le decía con diversión.

Hacía mueca — si bueno, tendría que haberlo hecho antes.

— pues si, ya te lo dije.

— no te regodees.

Se ríe por lo bajo — sabes que tengo razón.

— quería hacerlo bien, hacerlo especial.

— que romántico.

Lo mira mal — perdona que quiera que lo más importante de mi vida sea recordado bien y no como una anécdota vergonzosa.

— le vas a pedir matrimonio, todas las pedidas son anécdotas vergonzosas.

Hacía mueca de nuevo volviendo a poner la vista por la ventanilla.

— si, está claro que haga lo que haga y depende de como lo haga, estaré jodido.

— pues si. — se reía de nuevo — pero no tienes que estar nervioso.

— no estoy nervioso.

— si lo estás, todos los días miras el anillo como si fuera un objeto de una película de terror.

— que no estoy nervioso.

— lo que tú digas, pero sigues sin pedírselo.

— si claro, como si ahora pudiera.

— vuelve a llamar al hospital y diles que es urgente que se ponga al teléfono y se lo pides.

— ¿ por teléfono?

— si, así sabrás lo que te dice, aunque ya lo sabes.

— no, no lo sé.

— Sarah te quiere, no se por qué, pero te quiere.

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