Capítulo 9

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PIPER MCLEAN

—Me encanta —comenté, soltando un suspiro de alivio.

Nuestra habitación era un espacio grande de forma rectangular. Las paredes color crema y el suelo de madera. Habían dos camas ubicadas en esquinas opuestas. Cada una tenía un simple escritorio al lado derecho. Entre las dos camas había una ventana con cortinas de tela color beige. A un costado de la habitación había otra puerta, probablemente el baño. En general, era una habitación acogedora, práctica y simple. Mi estilo.

—A mí también, pero... eliminaría esto —Annabeth señaló una parte de la pared que sobresalía demasiado—. Se podría aprovechar mejor el espacio. Y la columna de aquí, no es necesaria. Debería ir allá —señaló un lado—. El peso de la infraestructura debería descansar ahí. Así es más seguro en caso de sismos...

Me aclaré la garganta.

—Que bueno que a ti también te  "encanta".

Annabeth rodó los ojos.

—¡Es linda! ¿Vale? Pero, ya sabes, tengo mentalidad de arquitecto.

—Créeme, se nota.

—Cállate, Mclean. Hay que desempacar.

Asentí mientras soltaba un leve bufido. No me apetecía ordenar mis cosas. Lo primero que hice fue guardar mi ropa en los cajones del armario. Observé a Annabeth hacer lo mismo.

—Oye...

Annabeth tarareó, esperando a que continuara.

—Ya me aburrí.

Annabeth dejó unos pantalones de mezclilla sobre su cama y puso los ojos en blanco sonriendo.

—¿Qué propones?

—No lo sé. —miré mi armario completamente vacío—. No hemos tenido tiempo para conversar desde la llegada de Leo...

—Aja.

—Solo háblame. Necesito escuchar a alguien.

Annabeth rio entre dientes, dejó un momento su ropa y me miró.

—¿De qué quieres que te hable?

Un poco más animada, comencé a desempacar toda mi ropa.

—No sé, tu salud mental, algún trauma por ahí, ya sabes, lo normal.

Annabeth sonrió, negando con la cabeza.

—No somos normales.

—Nunca dije que lo fuéramos.

Comencé a separar la ropa que colgaría en ganchos arriba de los cajones inferiores.

—Bueno, si te interesa tanto, me siento mentalmente estable—ella rio—. Me gusta ser una adolescente normal, mi única preocupación es la escuela e ir a la Universidad

Annabeth habló mientras colocaba sus camisetas en uno de sus cajones.

—Lindo, ¿no? —sonreí irónicamente.

Digamos que, sí, era genial. Pero la escuela también estresaba. Aunque obviamente no podíamos comparar eso con estar en peligro de muerte.

—En realidad, es la primera vez que no hay ninguna profecía en la que esté involucrada desde que conocí a Percy.

Asentí lentamente mientras colgaba prenda por prenda en el ropero.

—¿Cuántos años tenías?

—Doce.

Los Siete Grandes SemidiosesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora