Capítulo 22

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PERCY JACKSON

No me consideraba una persona matutina. Odiaba levantarme temprano, pero hoy era diferente.

No es que sea porque estaba emocionado por pelear con monstruos, o por la competencia de voley, bueno, eso un poco sí. Pero no era el motivo por el cual estaba despierto.

Quería sorprender a Annabeth. Estos últimos días habíamos estado tan absortos en la escuela que no habíamos tenido tiempo para nosotros.

Así que con todas mis fuerzas de voluntad, a las seis de la mañana en punto, me levanté de mi cama. Jason estaba roncando al otro lado de la habitación, ni siquiera él se levantaba tan temprano. Decidí dejarle una nota para que no se preocupara.

En fin, en menos de diez minutos me encontraba de camino hacia la habitación de Annabeth.

Cuando llegué, toqué suavemente para no despertarla, aunque no me sorprendería que ya se hubiera levantado.

Después de unos segundos, la puerta se abrió y apareció una Annabeth somnolienta. Llevaba ropa de dormir y su cabello rubio estaba desordenado, pero aún así se veía bien.

—¿Percy? —bostezó y frotó su ojo derecho. Sonrió, pero después frunció un poco el ceño, cruzando sus brazos sobre su pecho—. ¿Sabes qué hora es?

Tomé su mano y entrelacé nuestros dedos.

—Buenos días, Percy —imité su voz con una pequeña sonrisa—. Gracias por saludar, buenos días para ti también, Beth. Por cierto, son las seis de la mañana.

Besé su mejilla y no pude evitar reír. Ella sonrió, un poco avergonzada, solo un poco, porque después golpeó levemente mi pecho.

—Dime, ¿qué haces aquí tan temprano?

—Solo pensé que podríamos pasar un rato juntos. Solos. Antes de que todo el plan comience. ¿Qué te parece?

Annabeth sonrió lentamente y colocó sus manos en mis hombros.

—Vale.

Ella juntó sus labios con los míos en un beso sin prisas.

Después de que se cambiara su ropa de dormir, la guié hacia el jardín del instituto. Allí, nos sentamos en una banca, contemplando los pequeños copos de nieve que aterrizaban suavemente en la superficie. Cubriendo todo de un manto blanco. El invierno estaba haciendo acto de presencia.

—¿Tienes frío? —pregunté.

—No.

Annnabeth y yo habíamos salido abrigados, pero igualmente no pude evitar preguntar. Sus mejillas estaban un poco rosadas por el frío y sus ojos grises parecían estar más claros, como si la usual tormenta de sus ojos se hubiera templado. Su cabello rubio caía sobre sus hombros como una cascada y llevaba puesto un gorro de lana gris, que pensándolo mejor, combinaba perfectamente con...

—¿Ocurre algo, Percy? —preguntó Annabeth sonriendo levemente.

—Eres hermosa.

Era difícil saber si se había sonrojado, pero yo creía que sí. Apartó la mirada.

—Gracias.

Introduje mis manos en mis bolsillos para extraer algo que había estado guardando para ella desde hacía varias semanas. Cerré mi mano alrededor del objeto.

—Ten —deposité con cuidado el objeto en su mano—. Es para ti.

Annabeth abrió mucho los ojos y lo observó admirada, era una cadena de plata que poseía un dige en forma de una antigua llave.

Los Siete Grandes SemidiosesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora