Capítulo 11

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LEO VALDEZ

El día de hoy iba a ser un día maravilloso y nada ni nadie lo iba a estropear. Era viernes, el último día de clases de nuestra primera semana en Goode, y me sentía bien.

Estos últimos días había estado trabajando en los últimos detalles de los celulares anti-monstruos, los celulares más modernos del siglo. (Dudaba que alguien me superara).

Ahora que nos encontrábamos en el mundo mortal eran necesarios para poder comunicarnos rápidamente. A parte, no quería parecer un adolescente de otra década por no tener celular (para eso estaba Hazel).

Había entregado a cada uno de mis amigos sus respectivos teléfonos. Solo me faltaba Calipso. Su celular me costó más tiempo porque, irónicamente, tenía que ser más simple, sencillo y fácil de usar.

En fin, hoy me levanté de buen humor. Me vestí rápidamente: un overol, una camisa blanca y mi famoso cinturón (siempre me salva la vida). Lo de siempre.

Cepillé mis dientes y preparé mi mochila. Era mágica, literalmente no tenía fondo. La había creado con algunos de mis hermanos en el Campamento Mestizo. Luego alimenté a Festus con tuercas y establecí las reglas que debía seguir durante las clases.

Frank había despertado hace unos minutos y ya se encontraba listo para el día.

—Buenos días, Valdez —dijo muy educadamente.

—Buenos días, papi —saludé con la voz de un niño de tres años.

—Ja. Muy gracioso —negó con la cabeza—. Vamos a desayunar.

Y minutos después ya estábamos en el comedor con nuestros amigos. No voy a entrar en muchos detalles. Ya saben, lo de siempre. Comer, hablar, reír. Fue agradable.

Prefiero adelantarme a cuando Calipso y yo nos dirigíamos a la aburrida clase que teníamos con la profesora de matemáticas. Sra. Jhonson se hacía llamar.

—¿Lista para ir a la clase que cambiará tu vida por completo? —dije con falso entusiasmo.

—Oh, vamos, duende latino —respondió, tirando de mi brazo hacia mi terrible destino.

—¿Duende latino? —protesté indignado.

—Necesitas un apodo. ¿O prefieres Sr. Valdez?

Bueno, considerando mis pocas alternativas. La primera sonaba mucho mejor.

—Por el momento, me quedaré con "duende latino", solecito.

Calipso rodó los ojos, pero se había sonrojado.

—¿Esa es tu venganza?

Yo alcé las manos en señal de inocencia.

—Al menos es mucho mejor —dije y formé una sonrisa pícara.

Ella se rio, supongo que de mi cara, y tiró de mí de nuevo para apresurarnos.

—Mmm. Ajá, duende latino.

Ingresamos al salón de clases y nos sentamos juntos en la parte de atrás. Segundos después la clase inició y yo ya estaba aburrido. No me malinterpreten, las matemáticas se me daban bien. Quiero decir, soy hijo de Hefesto. Pero esta profesora, Jhonson, te hacía querer odiarlas. Era un monstruo, figuradamente.

Como estaba a punto de morir del aburrimiento, miré a Calipso y me quedé pensando en ella. Para variar, la Sra. Jhonson interrumpió mis pensamiento. Siempre pendiente de mí (muy raro de su parte).

—Valdez —reprendió con una mirada de acero—. ¿La señorita Ogigia es más interesante que mi clase?

—Sí —respondí vagamente y la maestra me miró hecha una furia (no lo digo literalmente). Me di cuenta de lo que había dicho cuando escuché las risitas de los demás. Me prometí mentalmente que nunca más molestaría a Percy por distraerse mirando a Annabeth.

Los Siete Grandes SemidiosesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora