Epílogo

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ANNABETH CHASE

—¡Annabeth! ¡Annabeth, Quirón te está llamando!

Escuché la voz de Malcom gritar desde la entrada a los establos.

—Nunca podemos estar solos, ¿no?

Percy sonrió mientras le daba de comer a los pegasos. El señor D nos había mandado a encargarnos de los establos esta mañana. Según él, quería finalizar el año con un establo limpio y decente, por más extraño que parezca.

—Ni siquiera cuando hacemos las tareas del campamento —respondí.

—¡¿Annabeth, me escuchaste?! ¡No dejes que Percy te distraiga!

Suspiré mientras refunfuñaba internamente.

—¡Ya te escuché, Malcom! ¡Ya voy!

—¡Gracias, hermanita!

Percy estaba aguantando la risa, pero no pudo soportarlo. Se rio a carcajadas.

—Será mejor que vayas. No querrás que te distraiga.

Le di un leve golpe en el brazo.

—Tú eres él que se quedará solito limpiando los establos. Suerte con eso, sesos de algas.

Lo besé en los labios y salí de los establos. Había avanzado unos diez metros cuando lo volví a escuchar.

—¡Ten cuidado!

Y ya sabía a lo que se refería. Inexplicablemente, por alguna extraña razón, me había resbalado una cantidad considerable de veces en la nieve desde que regresamos al campamento. Eso era humillante.

Rodé los ojos, pero sonreí por su preocupación.

Por otra parte, sinceramente, no sabía por qué Quirón me llamaba. Pensaba que todo estaba bien.

Después de todo lo que pasó con Aracne y la explosión (créditos a Leo) de la escuela, Quirón había considerado que sería mejor terminar el último semestre del curso en otro instituto.

Ya había hecho mucho trabajo encargándose de los medios y las autoridades del instituto como para seguirnos encubriendo seis meses más.

Sin embargo, no había estado molesto. Parecía orgulloso de nosotros. Después de todo habíamos frenado una guerra entre dioses. Pero obviamente, el hubiera preferido que seamos más sutiles.

¿Quién no? Pues, Leo, supongo.

Igual no se lo recriminábamos. Tenía buenas intenciones. No obstante, no podíamos evitar molestarlo por eso.

Al llegar al portón de la casa grande, Quirón me esperaba en la entrada con una taza de café. Me invitó a sentarme junto a él, mirando el campo lleno de nieve.

—Hola, querida. Gracias por venir.

Sonreí.

—No te preocupes, Quirón. Me has salvado de terminar de limpiar los establos.

Él exhaló una suave risa.

—Por suerte, tenemos a Percy. —Me miro fijamente—. Ustedes dos parecen estar por buen camino.

Me sonrojé y aparté la mirada. Me aclaré la garganta.

—Uh... Eso espero, sí —carraspeé—. ¿Por eso querías que viniera, Quirón?

El se río de nuevo y tomó un sorbo de su taza de café.

—No, querida. Como tu ya sabrás, el campamento festeja Año Nuevo correctamente. Y este año los de la cabaña de Hefesto van a presentar un espectáculo de juegos artificiales.

Los Siete Grandes SemidiosesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora