Caminos que se vuelven a cruzar.

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Esa noche la luna llena se cernía sobre los cielos, enorme, brillante, majestuosa, maravillando los cielos con su hermosa presencia e iluminando la tierra con su blanco y hetereo brillo, única...solitaria, igual de solitaria que el enorme lobo blanco que se encontraba a orillas de aquel profundo precipicio.

Con el alma herida y una profunda ira el lobo observó la luna tratando de comprender la razón por la que había sido herido de esa manera ¿Por qué? Si en toda su vida nunca había cometido algún mal, mucho menos había lastimado a alguien, desde pequeño sus padres se habían encargado por guiarlo por el camino correcto, tenía un perfecto discernimiento entre el bien y el mal, sobre todo sabía sobre las consecuencias de los malos actos.

A pesar de vivir con cierto desinterés a su entorno dentro de él existía un hermoso sentimiento el cual tenía muy oculto de los demás, la empatia. Quizás porque fue criado con amor, en un ambiente sano, feliz y fue protegido que nunca en su corazón se sembró la desconfianza.

Pero ahora debido a esa falsa de desconfianza se encontraba allí de pie, herido tanto física como emocional y mentalmente, ya no podía sentir el dolor y el ardor en su nuca debido a que el dolor de su corazón era aún más grande.

Sentia como su corazón era agujereado, triturado, demolido hasta el extremo de volverlo nada, estaba furioso, iracundo, triste, su orgullo y su corazón habían sido tratados como basura.

Mientras observaba la luna dio un paso hacia el frente, el sonido de las pequeñas rocas cayendo hacia el precipicio lo hicieron volver en sí.

El enorme lobo blanco bajó su mirada, observó aquella profunda oscuridad y de repente una fuerte sensación lo embargó, un salto, con un simple salto todo ese dolor, toda esa furia y ese fuego dentro de su se acabaría.

Sus enormes patas retrocedieron unos pocos pasos, buscando el impulso necesario mientras sus ojos grises observaban a la enorme luna, con la fuerza de su garganta dejó escapar un fuerte aullido revestido de dolor y luego de haber pedido perdón a sus padre por abandonarlos antes de tiempo corrió en dirección hacia el acantilado, estaba a punto de hundirse en aquella profunda oscuridad por la eternidad cuando un enorme lobo gris golpeó su costado provocando que sus cuerpos rodaran hacia un extremo del precipicio.

- ¡Mamá!.- Yibo se levantó a toda prisa.

- ¿Que crees que haces?.- Rugio.

- Yo...- Bajó su cabeza.- Yo solo quiero desaparecer.- Sollozo.

- ¿Pensaste en tus padres? ¿Pensaste en el dolor que nos provocarias?.- Dio algunos pasos hacia el.- Si tu mueres...yo también moriré hijo.

- ¿De qué me vale seguir vivo mamá? Mi vida está arruinada.

- Encontraremos una manera, confía en tu madre, confía en tu padre.

- Lastimé a mí papá al desconfiar de él, no me va a perdonar nunca.

- Eso no es cierto, eres su tesoro, por ti es capaz de cualquier cosa ¿Crees que ese amor puede desaparecer tan pronto?

- Lo siento mamá.- Lloró.- Lo siento pero...no quiero vivir, no quiero seguir viviendo...me duele...¡Me duele!...- Aullo con dolor.

- Lo sé muy bien mi pequeño.- Se acercó a él.- Mamá te entiende...- Sacó su lengua y lamio con suavidad su frente.- Pero debes ser fuerte, debes vivir.- Lo rodeó con su enorme cola.

- ¿Para que?.

- Para vengarte...- Un gruñido retumbó en su garganta.- Tienes que vivir para encontrar a ese mestizo que te lastimó y vengarte.

- Quiero que sufra...quiero que me pague por lo que hizo.- Yibo gruñó.

- Mamá promete que te ayudará.- Se recostó en el suelo.- Pero ahora ven, deja que mamá te brinde un poco de consuelo y calor así como cuando eras un cachorrito bebé.

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