El gran día

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Nos comprometimos hace una semana, una semana después de que nos conociéramos. Realmente no se lo pedí de rodillas cara a cara, sino que ella se compró un anillo y mentimos sobre que se lo había pedido en una cena romántica. Nos llamamos un par de veces para acordar esto ¿Si me agradaba? Un poco, me faltaba conocerla mejor.
Mientras todo esto pasaba, les decía a mis padres que la había conocido hace mucho. Y que no les había dicho porque los quería sorprender. Lo mismo le dije a mis amigos, a mis hermanos y a todos.
La boda era algo pequeño, fue después de una semana de que nos comprometiéramos.
El gran día era hoy.
Solo que este día era una verdad cubierta de mentiras, no una boda.
Primero nos casaríamos en el registro civil. Llegamos los dos temprano. Nos saludamos, ella llevaba un vestido blanco hermoso.
No había mucho que decir.
Le pregunté sobre el trabajo y dijo que consiguió uno como bar tender en el bar de abajo de su departamento. También me comentó que Nueva York era un lugar precioso y estaba muy feliz de estar aquí.
Mientras la gente llegaba, iban saludando a Grace, una chica que yo nunca les presenté y ahora se casará conmigo. Pero a medida que la gente llegaba me di cuenta que ningún pariente o amigo de Grace se aparecía. O sea, sabía que su familia vivía en México, pero era muy raro que nadie la haya apoyado en el objetivo de conseguir su ciudadanía. Veía en su cara lágrimas invisibles mostrando la verdad de esta chica rodeada de gente desconocida. Pero ella no podía llorar, porque en este juego de mentiras, las lágrimas son invisibles.
Creo que lo que hizo alegrar a Grace ese día fue la afectuosa aparición de mis siete hermanos.
-Grace, ellos son Michael, Liam, Robert, Howard, Edward, William y Sean -los primeros tres eran de los 25 años para abajo y los demás de 25 para arriba-.
La abrazaron, hicieron chistes, le contaron cosas vergonzosas mías y así fue toda la noche. La hicieron sentir parte de la familia. Me ponía triste que no iba a durar mucho nuestro matrimonio.
Ya todos llegados, la jueza se apareció y nos casó. De la mano, salimos del registro civil rodeados de arroz por nuestras cabezas rumbo a nuestro auto, que había sido decorado con chapas y un cartel atrás que decía: Recién casados. Para nuestra sorpresa, quién conducía nuestro auto esa noche era Jason.
Había un fuerte silencio en el coche. Grace y yo nos habíamos soltado las manos. Aparte de todas las risas y el hecho de que estemos casados, ella era una completa desconocida para mí. Y yo para ella.

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