11. Amigos

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Capítulo 11. Amigos


Le gustaba andar por aquel pasillo, oscuridad que reinaba a un lado, con grandes vidrieras al otro. Una larga alfombra roja, con tonos morados reflejados causados por la luz pasando a través de los cristales de colores, cubría gran parte de la madera del suelo. Aquel lugar era muy diferente al resto del edificio, y poco transitado. A penas los ejecutivos y el propio jefe pasaba por allí. Tampoco sabía el por qué de la existencia del pasillo, a donde conducía exactamente, y estaba dispuesto a descubrirlo. Se entraba por una puerta doble de madera, con detalles dorados al igual que el tocador. Al final otra puerta igual te permitía salir. El pasillo ocupaba dos de los laterales exteriores del edificio, haciendo un giro de noventa grados a mitad de este. Investigó si las elegantes columnas ocultaban algo, pero sus bellos dibujos florales sobre la piedra eran meramente decorativos. A lo largo de los primeros metros, contra la oscura pared, logró distinguir tres puertas, colocadas a la misma distancia unas de otras. Las puertas estaban perfectamente camufladas con la pared, aun así eran visibles. No se pretendía esconderlas, solo no romper con el diseño de papel que decoraba la pared. Tras las tres puertas, otras cuatro iguales pero separadas por una menor distancia, estaban seguidas por otras tres más, iguales a las primeras, todas ellas antes del giro del pasillo, después no había ninguna otra. Se acercó a una de las puertas. En un color dorado, unos números se distinguían sobre la puerta. Supuso que sería el indicador de número de puerta. Decidió llamar, por si esa habitación era usada por alguien. No recibió respuesta del interior. Agarró el pomo redondo que poseía una abertura para introducir una llave. Lo giró. Estaba abierta. Entró a la sala. 

Era bastante grande, y ya había estado allí. A la derecha, un pequeño sofá de dos plazas y un sillón al rededor de una pequeña mesa de centro, iluminados por una lámpara alta de suelo. Al lado de la televisión, un par de metros separado, un armario enorme de madera oscura vacío, dedicado para guardar ropa, junto a un espejo. A la izquierda otra puerta, que conducía a un gran baño de todo tipo de lujos. En el centro de la habitación, reinaba una enorme cama, con unas llamativas sábanas rojas que llegaban hasta el suelo, y un cabecero de madera oscura, del mismo tono que el armario, la mesa con la televisión y las dos mesillas a cada lado de la cama. Era cuanto menos extravagante.

— ¿Explorando? — La voz de Mori le sacó de sus pensamientos, lentamente se giró al recién llegado y le sonrió. — Parece que ya sabías que estaba aquí.

— Estaba esperando a que salieras de tu escondite, por cierto, se te veía detrás de la columna.

Mori se acercó a Dazai, dedicándole una sonrisa tétrica, de las que el castaño empezaba a copiar. — Ya habías estado aquí... 

Dazai cortó las palabras de Mori. — Lo sé.

El medicó miró a su hijo, luego al frente y continuó hablando. — Estas habitaciones suelen ser prestadas a ejecutivos o usadas en casos de emergencia por otros mafiosos. SI algún día necesitas alguna tienes que pedir la llave y dar los motivos, a excepción de los ejecutivos, no se necesitan explicaciones de ellos. — Hizo una breve pausa. — Ven conmigo, tienes trabajo.

Ambos salieron al pasillo, cerrando la puerta tras de si. 

Otras dos voces comenzaron a escucharse, se iban acercando a ellos por el pasillo. Dazai las reconoció y salió corriendo hacia ellas.

— ¡Chuuya! ¡¿Que mierda haces aquí?!

— ¡Ah! — El pelirrojo se sobresaltó y corrió al encuentro del castaño. — ¿No lo recuerdas estúpido? Por tu culpa ahora trabajo aquí.

— Tu mismo lo has dicho, ¡por mi culpa! ¡¿Por qué estas con Kouyou-san?!

— A ti que te importa, ¡desperdicio de vendas!

Nacido para la MafiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora