03. Heridas

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Capítulo 03. Heridas


Como una noche cualquiera de jueves, tras pasar el día fuera de casa, Mori volvía a su hogar, donde un niño de cabellos castaños le estaría esperando. Ya había cumplido los diez años, pero seguía siendo el mismo niño que rescató de una muerte segura hacía más de tres años.

Abrió la puerta de su casa, se quitó los zapatos dejándolos a la entrada, en un lateral junto a unos negros mucho más pequeños que los suyos. Dio tres pasos adentrándose en la casa e inmediatamente su ceño se frunció, en busca del culpable. Y lo encontró. Un niño tirado en el suelo, con la rodilla izquierda ensangrentada y un raspón en la mejilla de ese mismo lado, bajo su ojo que casi carecía de visión. Con pasos lentos, cruzando los brazos en señal de enfado, se acercó al culpable de una silla mal colocada, un jarrón roto y un cuadro sobre una mesa.

—Mori — tímidamente Dazai lo llamó —un pájaro se coló por la ventana. Tenía que sacarlo y...

El hombre dejó de fruncir el ceño y miró con pena a Dazai. Era más inocente de lo que a veces aparentaba. Cuando comenzó a acariciar su rizado pelo el niño se calló. Analizó los alrededores para confirmar si lo que el niño decía era cierto. Una ventana abierta, y una pluma pequeña de color blanco enlazada en los rizos del chico. — Tranquilo, está bien.

En verdad le recordaba a todas aquellas veces que su amiga llevó a su hijo a la clínica del médico por accidentes así. Extendió su mano y el crío la tomó como ayuda para levantarse del suelo. Él solo fue al baño a tratar su rodilla y su mejilla. Mori le fue enseñando como curar heridas de todo tipo y primeros auxilios, sabía que lo necesitaría. Mientras el hombre arreglaba el desastre y cerraba la ventana.

Para Mori seguía siendo ese mismo niño de hacía tres años, pero había cambiado, y el médico parecía no querer darse cuenta de ello. Físicamente era algo más alto, llegando casi al metro y medio, aunque estaba tan delgado como siempre. Era algo menos torpe, más independiente, más callado que de pequeño y definitivamente más frío y serio. Pocas veces lo había visto sonreír, ni siquiera en sus cumpleaños.

Mori se sentó en el sofá, al lado del chico, comenzó a ordenar unos documentos que se había llevado del trabajo y así no tener que hacerlo al día siguiente. —Desde que he vuelto no has hecho nada más que sentarte en el sofá y mirar al techo, ¿es así como vas a pasar el resto de la noche?

—No tengo nada que hacer, ya me he leído todos tus libros de la estantería y los que me has traído, alguno más de una vez. La televisión es aburrida, solo hay idiotas que no saben ni de lo que hablan, y las pelis son muy malas, ninguna logra sorprenderme. — hizo una breve pausa — Jugar al solitario se hace monótono después de la partida cincuenta en una tarde.

—¿No has pensado en salir e ir al parque a jugar con otros niños?

—Lo intenté, pero o me llaman momia y les doy miedo, o se ríen de mi por ir solo y no tener padres.

—Puedo ir contigo.

—No me apetece que me humillen contigo delante.

Mori dejó todos los documentos en la mesa y giró su cuerpo hacia el castaño, mirándole seriamente —Debería de darte igual lo que piensen los demás de ti. Dazai, eres solo un niño de diez años. Ve a hacer cosas de niños, ya tendrás tiempo para aburrirte y preocuparte en el futuro. Ahora deberías intentar divertirte y ser feliz.

—Pero...

—¿Pero?

—¿Cómo puedo ser feliz?

—Busca algo que te haga sentir lo mismo que un buen libro. Puedo ayudarte, si quieres, pero tienes que ser tu quien lo encuentre, quien lo sienta. Y así irás descubriendo más cosas que te gusten hacer. Todo ello puede hacerte feliz. Hasta seguro que llegas a descubrir lo que quieras ser de mayor, pero cada cosa a su tiempo.

Nacido para la MafiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora