Bajar en una isla desconocida en medio de una tormenta era descabellado, pero aún más descabellado era quedarse en el barco encallado por las fuertes olas que se producían, aunque había tratado de quedarse, Kirishima y Sero lo obligaron a bajar para buscar refugio en tierra firme.
A veces los odiaba, no entendía como ellos no entendían que su vida estaba unida al agua, no le importaba morir si el agua le arrebataba su vida.
Molesto y adolorido bajó del barco gracias a los botes salva vida que usaban para encallar, su barco se quedó solitario en medio del cruel océano mientras ellos se ponían a salvo en tierra, no podía evitar sentir culpa al ver las olas mover a su navío de nado a lado mientras los truenos rugian en el cielo indicando un temporal mucho peor.
Cerró los ojos y le pidió a Kalipso que honrara su trato protegiendo su barco y a sus tripulantes, que la única vida que podía tomar era la suya, como lo había prometido.
Cuando pisaron tierra por órdenes de su médico fue retenido cerca de la orilla, un grupo fue designado a buscar vida en el lugar para poder pasar la noche, la lluvia ya los mojaba hasta los huesos y el viento frío del mar congelaba hasta sus entrañas, no podían quedarse así, no cuando ni siquiera podían prender fuego.
Él tenía razón, debieron quedarse en el barco.
Amurrado, con mal ánimo y con una extraña sensación de quemazón en la espalda baja se quedó sentado sobre un tronco esperando volver a ver la antorcha de sus hombres, Sero no le dejaba de hacer guardia y Kaminari se había quedado a su lado como chantaje emocional para no irse de ahí.
Nunca debió salvar su huesudo trasero de los marinos, debió dejarlo pudrirse en la cárcel.
Gruñó frustrado, los ojos amarillos de Kaminari eran como los de un águila en caza, había formado su tripulación con anormales, con personas que no encajaban en ni un solo lugar excepto en su barco, y a veces pagaba el precio, porque ahora, lesionado, podía ser fácilmente devorado.
ー¡Capitán! ー
El grito de Kirishima le hizo alzar la cabeza directo a una pequeña pendiente donde la luz de la antorcha indicaba su posición. Sabía que era el único que pudo escucharlo a través del sonido de la lluvia y las olas que estaban cerca. Sus oídos no eran normales, por eso le encantaba el mar, jamás escuchaba tantas voces como en tierra, no sentía que se volvería loco en una habitación cerrada escuchando a personas que ni siquiera estaban cerca.
Se puso de pie indicando con un gesto de cabeza a donde estaba el rumbo, la arena era profunda en algunas partes por lo que se sentía cansado de dar pasos rápidos, trataba de mostrarse fuerte, con la dignidad del capitán que era, con la dignidad que su bandera representaba en miedo, con el devorador que era.
Respiró profundo, silenciando cada pensamiento en su cabeza.
Se colocó erguido mientras seguía su paso, su nivel de concentración era tan alto que ya ni siquiera sentía el ardor que le había acompañado todo el día.
Pronto llegaron a un faro abandonado, se notaba porque apenas mantenía su puerta, al subir logró ver la aldea a medio destruir, supuso que fueron piratas, ese nivel de destrucción no ocurre de manera normal, mucho menos en tierras así.
Esa noche todos descansaron esperando que la tormenta que le cantaba a sus oídos fuera solo eso, una tormenta y no un canto de algo que se supone que es solo un espejismo de aquellos enfermos que están por morir en esas tierras.