Capítulo 3

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Izuku se cayó de su cama.

—¿Señorito Izuku? —llamó la sirvienta desde afuera de la habitación al escuchar el gritito de dolor que este había soltado—. ¿Está bien? ¿Pasó algo?

—¡Estoy bien! ¡No entres!

—No se preocupe, no entraré.

Y escuchó los pasos alejarse. El pecoso suspiró. Jamás dejaría que lo vieran así.

Estaba demasiado avergonzado, rojísimo y estupefacto ante las revelaciones.

El desconocido o KC, sí que lo conocía. Tenían amigos en común y por si fuera poco, podía saber los intereses de su madre. Esa persona lo había visto caminar directo al evento de la madre de su amiga más cercana y días antes lo había escuchado tocar, cuando había acompañado a las geishas en sus bailes para la celebración del festival de invierno.

¡La curiosidad lo iba a matar! En definitiva necesitaba saber quién era.

Se levantó del suelo, sobando su adolorido trasero por la caída. ¡Fue demasiada la sorpresa ante lo que le escribió! 

Había recogido la segunda carta días antes, pero no había tenido la oportunidad de leerla y ese mismo día, en la mañana, recogió la tercera para leerlas en la noche.

Solo eran tres cartas, y ya sentía su corazón desbordarse de ternura ante esa elocuencia para alabarlo. En definitiva investigaría con sus amigos cercanos para descubrir de quién se podía tratar.

Pero no en ese momento, claro que no. 

Ahora debía hacer algo mucho más importante.

Se encaminó a su escritorio y abrió uno de los cajones donde guardaba su pluma y su frasco con tinta. Tomó también uno de los papeles chinos que su madre le había regalado hace dos cumpleaños, que rebosaban de buena calidad y un sobre para su carta. Se sentó en la silla y arremangó las mangas de su camisa de dormir. 

Suspiró con fuerza antes de untar la punta de la pluma en la recién abierta tinta, para comenzar a escribir con su pulcra y limpia caligrafía, esfuerzo de mucho tiempo practicando su escritura.

Querido KC:

Me gustaría poder llamarle por su nombre, pero debido a las circunstancias de su anonimato, no lo conozco. He de suponer que empieza con esas letras, o tal vez sean un señuelo para desvíar mis pensamientos de su verdadero nombre.

Escribo esto para comunicarle que no he quemado, roto o hecho algo desagradable con sus cartas. Las he guardado en una pequeña cajita, escondida dentro de la tabla removible del suelo, escondida de las sirvientas chismosas que quieran investigar mi vida privada.

No sé quién es, como es o qué vio en mi para hablar de tal forma que solo un enamorado —o un poeta—, puede escribir, pero la curiosidad me está matando lentamente. Realmente deseo saber quien es usted.

Aunque quiero concederle la sinceridad que espera de mi, y es que mi corazón le pertenece a otra persona. Es alguien a quien admiro desde la infancia y que es mi simbolo de la victoria. Una persona que en mucho tiempo no he visto, y que anhelo desde lo más profundo volver a ver.

No es mi intención lastimarlo, mucho menos cuando estas tres cartas han sido tan hermosas y han llenado mi corazón de una manera que no esperaba, pero dudo que alguien pueda sustituir el amor que siento por esa persona.

Por más que seguramente me rechacen, mi amor es sempiterno. ¿Comprende eso? 

Sin embargo, a pesar de eso, me gustaría compartir correspondencia con usted. Si no es muy egoísta de mi parte querer un amigo por carta, y tal vez uno en persona, si su posible timidez es impedimento por ahora. 

Letras Entrelazadas (Katsudeku)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora