El camino se hacía interminable. A pesar de que su traje europeo, muy similar al de Katsuki, no le apretaba para nada, se sentía sofocado.
Muy nervioso y lleno de ansiedad.
Ni bien comenzó la fiesta cuando ya estaba ardiendo en ganas de salir a encontrarse con Kei. Su mente trabajaba rápidamente, con una que otra estrategia para lograr averiguar quién era.
Porque claro, no iba a esperar morir de curiosidad. Tenía esa incógnita desde la primera carta y si no descubría quién era, cosas malas —exageradamente—, pasarían.
Además, su estómago se retorció cuando notó que Katsuki estaba rodeado de personas, alabandolo o preguntándole por su vida en Inglaterra. Ya sea el hecho de que solamente lo observó de reojo y le sonrió traviesamente para después seguir en sus asuntos o el instante en el que notó como las damas invitadas se arremolineaban a su alrededor, deseándole un feliz cumpleaños, deseando ser una de ellas las escogidas para llevar el apellido Toshinori y la fortuna que conlleva tenerlo, se había deprimido.
No le gustó deprimirse en su cumpleaños.
Dejó a un lado esos pensamientos mientras avanzaba y entraba al jardín que Kei lo había citado.
Y ahí estaba.
A espaldas de Izuku, se encontraba Kei. Su espalda ancha era cubierta por la capa negra, al igual que todo su cabello dentro de la capucha. Al sentir las pisadas del pecoso, el chico dio media vuelta.
Tal vez era que apenas podía ver sin la luna iluminando completamente el lugar, pero no pudo ver el color de sus ojos. Solo el antifaz negro, y la piel blanquecina de sus mejillas.
Una bufanda, también negra, cubría sus labios y barbilla. Solo una nariz extrañamente familiar le dejaba algún rasgo que reconocer.
Pero escuchó una risita.
Una voz que también se le hacía muy conocida.
Demasiado.
Tanto que su mente le dio una respuesta inmediata, pero se negó.
Sin embargo, toda duda se disipó cuando habló.
—Querido Izuku —dijo, como si estuviera escribiendo la carta, mientras lo examinaba con la mirada—. Se ve tan hermoso como creí que se vería.
A pesar de no verlo, incluso de confundir su figura, dudar del color de sus ojos y desconfiar por aquella forma de escribir, cargada en poesía, había algo que Izuku jamás podría olvidar, tergiversar o ignorar, y esa era la voz de la persona que siempre había seguido.
Y es que Kei y Kacchan, tenían la misma voz. Aún más que la voz, sin importar lo ilógico que se escuchara, era la misma tonalidad. Sin confusiones.
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Letras Entrelazadas (Katsudeku)
Fanfiction1896. En un tiempo donde jamás se aceptaría algo como la homosexualidad, una carta llega a Izuku. No dice nombre o dirección del remitente. No le da indicios o una pista para saber quién la envió. Solo sabe que esa persona es un chico, y ese chico e...