Capítulo 4

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Prestó atención a la mansión. Un estilo similar al victoriano de la gran mayoría de mansiones en Inglaterra. Bajó su maleta del carruaje, dándole un par de centavos al conductor de los Toshinori, que habían enviado para buscarlo.

Volvió su mirada a la mansión mientras el resonar del carruaje se alejaba. Habían bastantes ventanas. Sus ojos se fueron inmediatamente a una que daba directo a un salón en específico. Recordó las miles de veces que observó en su infancia a cierto pecoso ahí dentro, sentado a un lado de la ventana, practicando con violín.

Después de enterarse de que Izuku estaba tocando ese instrumento, hizo berrinche, llanto y destrozó un par de vasijas y cuadros carísimos para que su madre le pusiera una institutriz de piano.

Suspiró con fuerza al tener esos recuerdos mostrándose en su mente. Caminó hacia adelante, subiendo los escalones y dio unos golpes en la gran puerta. De inmediato fue abierta por una sirvienta que llevaba en su mano una pequeña cajita. Al verlo, de inmediato bajó su cabeza en señal de respeto.

—Señor, es un placer volver a verlo —dijo ella—. La señora Inko nos dio el aviso de que la esperara en el salón de invierno. Aún no comienza la cena, ya que el señor Yagi está en una pequeña reunión con el señor Enji. Acompáñeme, por favor.

—De acuerdo.

La siguió y escuchó como esta llamaba a otro hombre, que rápidamente reconoció como el mayordomo. Con toda la gala de un perfecto respeto, le pidió la maleta y se fue, dejando que la mujer lo llevara al salón.

Mientras avanzaba por el pasillo, veía las paredes con el hermoso tapiz de combinaciones doradas y marrón, seguramente elegido por la señora de la casa. Un par de cuadros estaban colgados, retratos de la familia en general que ya había visto en su infancia.

Pero se detuvo de pronto, causando que la sirvienta lo observara con curiosidad. El rubio miraba con expresión que ella no pudo comprender, el retrato más reciente del joven amo.

Tenía que encontrar al pintor que hizo tal obra de arte. Más que nada, porque había captado la presencia dulce y elegante del chico. Era exactamente igual a la visión lejana que había obtenido hace unos días, cuando lo volvió a ver después de tanto tiempo.

—¿Pasa algo, señor?

—No, solo tenía curiosidad —respondió, volviendo a caminar a paso lento detrás de la sirvienta, que solo lo guió al lugar.

Abrió la puerta del salón favorito del joven amo, pero este no estaba. Tampoco la señora.

—Espere aquí, por favor.

Él asintió, adentrándose en el salón donde muchas veces vio entrar a su madre y a la amiga de esta, para conversar de temas que seguro no eran aptos para dos niños. Se sentó en una de las sillas que habían en una esquina, mirando en si toda la habitación. Unos sillones tapizados en madera de ébano, puestos en lugares estratégicos para dejar la vista hermosa hacia los grandes ventanales que dejaban ver los jardines.

Había cambiado todo. Fue extraño ver Japón nuevamente después de pasar gran parte de su vida en Inglaterra. A pesar de que la moda de los trajes y vestidos grandes ya había llegado a Tokio y hasta Musutafu, aún habían personas que iban con sus kimonos y montsukis a cualquier lugar. Fue un gran choque de culturas. Mucho más cuando él estaba tan acostumbrado a los ostentosos vestidos de las nobles británicas y a los trajes de cola que los nobles se sentían orgullosos de usar. O el mismo que él usaba.

Vaya locura.

—Oh, bueno, ese es el pensamiento de muchos, Shoto.

—¿Si? Creo que sería más sensato imponer la política fuera de lo religioso. No hay que unir dos cosas distintas. Eso causa polémica.

Letras Entrelazadas (Katsudeku)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora