Capítulo 12.

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NARRA LILIANA.

Nos encontramos de regreso a Tokio, ya que a la selección le toca jugar contra Brasil. Sinceramente es un duelo que sí me tiene un poco nerviosa, porque aunque confíe en los chicos, sé que Brasil no es un rival fácil.

El avión no ha pasado por turbulencias y eso es un gran alivio para mí. Me la he pasado platicando con Diego sobre mi carrera, explicándole que tipo de cosas hacen las enfermeras.

—¿Y en serio no te da asco o miedo ver la sangre?

—Nop.

—Hay algunas personas que sí les da asco la sangre.

—Una vez en la preparatoria, tenía que hacer mi práctica de la materia de Paramédicos y le pedí a Merari si podía ser mi paciente —cuento con una sonrisa al recordar la anécdota—. Tenía que canalizarla, pero cuando se hace ese procedimiento se inserta la aguja junto con el tubito y debe salir un poco de sangre, se saca la aguja y se deja solo el pequeño tubo y ya se conecta a la manguera por donde pasa el suero o medicamento. Bueno cuando Merari vio la sangre, se puso muy pálida, le dió ganas de vomitar y se puso fría. En conclusión, se le bajó la presión.

Diego ríe levemente y niega con la cabeza.

—Tus amigas son todo un relajo, de verdad.

—Sí —concuerdo—. Cada quien tiene su personalidad. Merari es la más seria de las cuatro, pero aún así le entra al relajito. Diana es la más loca, de verdad que dice cualquiera tontera. Y Ana es muy llevada también.

—¿Y tú cuál eres?

—La amargada, supongo —río y me encogo de hombros—. Es que siempre tengo la expresión seria y no soy tan extrovertida.

—No eres amargada —lo miro—. Bueno un poquito, pero sólo cuando te enojas.

Ambos reímos.

—Cuentame más anécdotas de tu adolescencia.

—Mmm a ver —miro hacia al frente, intentando recordar alguna anécdota genial que pueda contarle—. Ay no sé, o sea es que sí tengo varias pero no siento que sean tan geniales.

—No importa —Diego sonríe.

—Decide, ¿Anécdota de cuando rechacé a un chico menor que yo o anécdota de cuando Diana se cayó de las escaleras y me reí de ella como por una semana?

—Me gustaría oír la caída de Diana pero sinceramente me interesa más la del chico que rechazaste.

—Bueno, eso fue cuando tenía dieciséis. Obviamente en ese momento aún no conocía a César —comienzo a contar—. Éste chico tenía catorce años.

—¡¿Catorce?! —pregunta Diego con asombro.

—Sí, Dios mío, que horror.

—Bueno, prosigue.

—Ah sí. Él era mi amigo, me llevaba muy bien con él porque era hermano de una amiga mía. Entonces a veces para que a ella le dieran permiso de salir, tenía que llevar a su hermano. Así fue como comencé a convivir con él. Para mí, era incluso como un hermanito menor. El chiste fue cuando su mamá falleció, como que intentó refugiarse en mí porque yo recién acababa de pasar por eso mismo. Él sentía que yo podía comprenderlo y por eso seríamos la pareja perfecta —Diego no deja de mirarme, y escucha con atención—. A mí me parecía tierno la manera en que me trataba, o sea era muy atento y caballeroso, pero en lugar de pensar que era con una intención más a allá de amistad, yo simplemente pensaba que él así era de educado con todas las mujeres.

Me hiciste brillar || Diego LainezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora