Capítulo 15: El deseo de luchar

126 26 23
                                    

"El odio es un pez espada, se mueve en el agua invisible, y entonces se le ve venir, y tiene sangre en el cuchillo: lo desarma la transparencia."

Pablo Neruda

Amanecía en Estados Unidos, al norte de California había un complejo de edificios que le pertenecían al hombre de negocios Akaguro Chizome, un Alfa adinerado y excéntrico.

El empresario regresaba de su viaje de Japón, se encontraba cansado y fue recibido por sus subordinados.

-Traigo uno nuevo, díganle a Chiyo que se encargue.- ordenó antes de adentrarse en los edificios.

Un joven rubio de ojos miel se acercó al auto de su jefe y al ver en los asientos traseros su rostro reflejó una mueca de disgusto.

-¿Qué le hicieron a este niño?

El joven peliverde se removía en la camilla

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

El joven peliverde se removía en la camilla. Su mente de consumía en pesadillas del pasado que no dejaban de atormentarlo. Despertó poco a poco y miró al blanco techo. Mientras sus sentidos despertaban se dio cuenta de la suavidad del lugar donde estaba recostado, también notó que no tenía frío. ¿Hace cuánto que no se acostaba en un lugar tan cálido?

Luego se dio cuenta que su cuerpo casi en su totalidad estaba vendado y a sus brazos se conectaban las intravenosas.

¿Qué está pasando? ¿Dónde estoy?

Lo último que el joven recordaba es cómo lo habían drogado y metido en una camioneta, pero se encontraba aún muy desorientado. Su cuerpo está a adolorido, pero no tanto como en aquellos días de tortura.

Comenzó a impacientarse y quiso moverse, pero una suave voz lo detuvo:

-No no, muchacho, no te muevas. Todavía te encuentras muy mal.- una señora de edad avanzada y baja estatura entraba, vestida con su bata blanca.

Izuku intentó hablar pero no pudo, tenía la garganta seca y se puso nervioso. La mujer de acercó y le tomó la mano con delicadeza:

-Aquí estás a salvo, nadie te va a hacer daño, ahora te daré algo para que duermas. Necesitas descansar más.

Y así fue, volvió a dormir, aún dudando de las palabras de la mujer, pero estaba tan cansado que esa pequeña paz, aunque no era segura, le aliviaba.

Pasaron dos semanas en las que el muchacho bailaba en el limbo, escuchaba voces y veía personas, lo cual lo asustaba, pero no tenía la conciencia para pensar y preguntar qué estaba pasando. Fue apenas en la tercera semana de recuperación que podía sentarse y mantenerse despierto durante más tiempo. Después de beber un trago de agua que le supo a gloria, por fin habló a la que era su cuidadora:

-¿Dónde estoy? ¿Quiénes son ustedes?- su voz apenas era un ligero susurro.

-Espera aquí, cariño, no soy quien debe explicarlo.

La Muerte EsmeraldaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora