49: Final

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Cuando Tony chasqueo los dedos, la primera en ir a él fue Romina. Sin tomarle importancia a su alrededor corrió ha su hermano quien caía agotado al suelo. Sollozo fuerte tomando en sus manos el rostro de su hermano.

—¿Por qué? No tú –recargo su frente en el pecho de la armadura del mayor, entre lágrimas.

—Romina, eres lo mejor que ellos pudieron dejar en mis manos. No sabes la suerte que tuve cuando me di cuenta que no habías desaparecido hace cinco años, me hubiera vuelto loco –susurró Tony con un poco de dolor.

—Tú eres lo mejor que el destino me pudo dar, eres mi hermano y te amo tanto –habló tratando de controlar sus hipidos.

Recargo sobre unos cuantos escombros a su hermano. Peter llegó abrazando a Tony quien parecía un poco ido.

—Señor Stark, hey ¿puede irme? –trató de retener un pequeño sollozo– soy Peter, vencimos, señor Stark –derrama unas lágrimas al no escuchar al mayor, parecía que tampoco reaccionaba– Vencimos señor Stark, lo logró... Lo siento Tony.

Se separó rendido y llorando, él estaba muy dolido.

—Hey –Pepper llegó, regalandole una pequeña sonrisa.

—Hola Pepp –contesta con dificultad, sujetando la mano de su esposa y la otra la de su hermana.

—Viernes.

—Signos vitales graves –responde la IA.

—Tony, mírame. Vamos a estar bien –dice con voz triste– Ya puedes descansar.

Sollozos por parte de ambas, cuando la mirada de Tony poco a poco se apagaba, al igual que el brillo de su reactor y el agarre a sus manos se soltó.
Romina tembló, estaba triste, enojada, confundida y muy dolida. Sus lágrimas caían en montones y le era imposible callar sus hipidos.

—Romina... –Edward trató de acercarse a ella para tratar de consolarla.

Negó— ¡¡NO!! —y sin evitarlo acercó el cuerpo de su hermano a ella, aferrándose a él y soltó un gran grito de dolor por casi todo el lugar.

Eso pareció ser lo que hacía falta para liberar el poder de los cristales, un sin fin de emociones descontroladas.
Un aura dorada comenzó a emanar de su muñeca junto a un brillo cada vez intenso mientras seguía gritando.

[...]

—¿Estás bien? –preguntó Edward a su esposa ofreciéndole una taza de café.

—Sí, estoy bien –sonrió un poco.

—¡Mamá! Morgan no me deja jugar con el casco –un ya no tan pequeño Howard se acercó a sus padres dando quejas.

Detrás de ella venía Morgan con una sonrisa traviesa.

—Ay... –gruñó la mayor– ¿Qué haré con ustedes? –preguntó fingiendo estar molesta.

—Amarnos y darnos más dulces –contestó su hijo en un tono inocente, Romina entrecerro los ojos.

—Ahhh, pero que astuto. Claro que no, les di dulces esta mañana. Les saldrán caries en los dientes por comer tantos dulces –tomó de la mano a ambos.

—Te espero en la habitación –dio un beso en los labios a Romi antes de salir.

—Iugh, dejen de hacer eso –Morgan hizo una mueca de asco.

—Según Pietro, eso lo hacen las personas que se quieren mucho y es inevitable para ellos... –murmuró el niño.

Está vez, Howard parecía llevarle un par de años a Morgan, cuando en realidad sólo le llevaban meses.

Avengers Y... ¡¿Crepúsculo?! | Edward CullenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora