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La extraña actitud

Creo que el primer trimestre fue lo más tortuoso en cuanto a síntomas: entre los vómitos, los mareos, malos sueños, dolores en el pecho y ni hablar de mis múltiples ganas de ir al baño; en el segundo trimestre, las cosas mejoraron un poco, no vomitaba más, los mareos eran cosa del pasado y mi apetito sexual... bueno, no quería hablar demasiado de ello, pero en realidad jamás había sido tan intensa a la hora de hacer el amor, seguramente Timothée lo agradecía y, la verdad, yo también.

Pero cuando entre a mis últimos trimestres, aquella locura libidinosa había pasado, me volvía a ser conflictivo dormir, caminar y, al parecer, incluso vivir, apenas aguantaba que alguien me tocara, me hablara o respirara cerca de mí.

Ya estaba sobre mi noveno mes y todo en mí era un desastre.

"No entiendo por qué me estás peleando ahora, Raphaela, ¿Qué es lo que quieres?"

"Quiero que la bebé nazca con los mejores doctores."

Timothée me miró por un segundo y volvió la vista hacia otro lado, parecía en realidad enfadado de mí, pero no sabía de dónde sacaba la paciencia para tratar conmigo, incluso yo reconocía que era insoportable.

"Tendrás a los mejores doctores de Londres."

"No, quiero que sea en Nueva York, con el mejor doctor que conocemos y que es nuestro amigo."

"Lo siento cariño, no me siento especialmente cómodo que sea Alek quién traiga a nuestra hija al mundo."

"¿Por qué no?"

"Porque no."

"¡Quiero ir allá! ¡Quiero que nazca allá!" tenía unas incontenibles ganas de llorar.

"No llores Raphaela, por favor" me tomó la cara y besó mi frente, "vamos cariño, entiéndeme en esto."

Timothée fue a sentarse en la sala, probablemente intentando alejarse de mí, pero yo era terca y no pensaba dejarle un escape tan sencillo.

"¡La que está embarazada soy yo!" le dije enojada. "O nace en Nueva York, o no nace."

Timothée se rio un poco de mí, mal hecho.

"¡Vale lo siento!" se puso en pie y me abrazó, "lo siento, no llores, se hará lo que quieras."

"¿De verdad?"

"Aunque... lo siento amor, pero casi tienes los nueve meses, no te dejarán viajar en avión, no es seguro."

"¿Qué?" lo miré incriminatoria, "¡Lo sabías!"

"¡Todo el mundo lo sabe!"

"Tienes un jet privado ¡Vámonos ahí!"

"Amor, sabes que no puedo viajar en avión sin tener que sedarme, no voy a dejar a mi mujer embarazada volando sola porque tengo que ir dormido."

"¡Agh!" me senté en un sofá y lloré, "¡Te odio!"

"Lo sé" me abrazó a él y masajeó mi espalda, "ven, necesitas descansar, estás demasiado alterada."

"Quiero trabajar."

"En serio Raphaela, necesitas relajarte, la bebé viene en camino y tú pareces estar fuera de control, quiero que te calmes..." en ese momento su teléfono comenzó a sonar, me miró por unos segundos y contestó: "Volker. No... justo ahora no puedo... sí, entiendo... no, está bien. Te veré en treinta minutos."

Mucho antes de que me dijera algo, yo ya estaba rodando los ojos, era una pesada, no sabía ni por qué me molestaba, era su trabajo y tenía que atenderlo.

Esta soy yo: RaphaelaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora