Alguien parecido

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Peter avanzó entre la gente, vestía un traje negro y una pajarita del mismo color. Entre sus manos llevaba una corona de flores blancas. Detrás de él podía sentir los pasos de su papá Tony, quien también llevaba un arreglo florar como el suyo, pero un poco más grande.

El pequeño se detuvo frente a un mausoleo con el busto de un hombre que reconoció como su abuelo. En la placa dorada adosada a la columna de concreto, Peter pudo dar cuenta de sus avances en la lectura al leer el nombre de su abuelo: Howard A. W. Stark. Tras ello, dejó su corona a los pies del mausoleo y se hizo a un lado para que Tony hiciera lo mismo. Luego, sujeto a la mano de su padre, escuchó las palabras de un pastor y guardó silencio cuando todos lo hicieron, imitando sus cabezas gachas.

Él no había conocido a su abuelo, éste había muerto cuando su papá era todavía un niño, así que había sido imposible. Pero a pesar de ello siempre escuchaba las historias que le contaban de él con mucho entusiasmo y respeto. Quería a su abuelo por oídas, más de lo que quería a su abuelo postizo por sus acciones. Y es que ese no era tan amable con él como debía ser, no lo quería como nieto y Peter, en consecuencia, no lo quería como abuelo.

Al terminar la ceremonia todos se fueron a la mansión Stark, donde hicieron una reunión. A Peter todo eso lo aburría, porque todos eran señores grandes y algunos canosos, que hablan de cosas que él no entendía; las señoras que iban le pellizcaban las mejillas y le daban dulces rancios, ellas no le caían tan mal, pero siempre le dejaban adoloridos los cachetes. Los únicos que le caían bien eran su papá Tony, su tío Bruce, su tío Rhodey, su tía Pepper y el esposo de ésta. Ellos siempre lo trataban con cariño y jugaban un rato con él.

—Ve a cambiarte, Peter —le pidió Tony en cuanto cruzaron las puertas de su hogar.

Peter obedeció sin rechistar, ya se había cansado del traje ese y de la pajarita que le parecía ridícula. Subió a su habitación y se cambió. Cuando bajó se dio cuenta que ya había bocadillos en la enorme mesa que habían dispuesto en el salón de baile. Encontró los emparedados de crema de cacahuate y fue por una silla para alcanzarlos, pero en el camino se encontró con su tío Bruce, quien le llenó un plato con ellos.

Contento, Peter fue a sentarse en las escaleras del vestíbulo. Ahí no había nadie que lo molestara, excepto...

Obadiah Stane y Víctor von Doom con una copa de whisky en una de sus manos charlaban en voz baja medio ocultos tras una columna del vestíbulo. Peter los vio mientras comía, no pudo escuchar nada de lo que decían, pero no importaba, lucían raros. Fue Stane quien se dio cuenta de su presencia y calló al otro con un gesto.

—Peter —le dijo con una enorme, pero falsa, sonrisa —, ¿qué haces aquí, muchacho? La fiesta está en el salón.

—No hay donde me pueda sentar allá —dijo Peter con medio emparedado en las mejillas —. ¿De qué hablan?

Los dos hombres se miraron y carraspearon.

—Nada que incumba a los niños —dijo Víctor y se acercó a él —. Vamos con tu padre.

Víctor tendió su mano libre al pequeño, quien no tuvo de otra que sujetar su plato y darle la mano. De soslayó vio a Stane seguirlos.

—Se te perdió —dijo Víctor al entregar a Peter a Tony.

Éste último frunció el ceño.

—Está en su casa, puede ir a dónde quiera —lo defendió —. ¿Te interrumpió en algo?

Tony miró a Víctor y luego a Stane con el ceño fruncido.

—Nada importante, hijo —dijo Stane y se acercó para palmearle el hombro —. No pongas esa cara, hoy en el aniversario luctuoso de mi mejor amigo y tu padre, no quiero que hablemos de negocios.

La brújula del corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora