Epílogo

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Meses después, el divorcio de Tony era un hecho y Steve se había mudado a la mansión. La habitación principal fue renovada y el cuadro de Steve fue trasladado a la oficina de Tony. Steve retomó su carrera en la pintura, dando clases y trabajando por asignación, al tiempo que realizaba sus propias creaciones. Peter seguía yendo a clase de pintura, pero con su padre y no se cansaba de presumir en su escuela que tenía una familia por fin. Aunque, últimamente, no todos parecían estar tan felices.

Steve regresó a casa después de ir a entregar un par de cuadros a una galería en el centro de Nueva York, llevaba en una mano su carpeta de dibujo y en la otra una caja blanca con líneas color verde menta. Mientras se quitaba el abrigo y la nieve del cabello, escuchó la voz de su hijo y la de Wade provenientes de la sala.

—¡Papá! —grito Peter cuando lo vio entrar a la sala.

Tanto él como Wade estaban en calcetines, jugando video juegos acostados en la alfombra, ajenos al frío de afuera gracias a la calefacción. Steve levantó al pequeño del suelo y le besó en la mejilla.

—¡Señor guapo! ¡Que guapo! ¡Qué bueno que se dejó la barba! —le dijo Wade esgrimiendo una sonrisa encantadora.

Steve le revolvió el cabello cariñosamente y regresó a Peter al suelo.

—¿Qué están haciendo?

—Jugamos Injustice—le dijo Wade agitando su control con alegría.

—Y comemos palomitas —le dijo Peter sentándose justo a un lado del bowl de palomitas y sumergiendo su mano en ellas.

—No coman demasiado, que después no van a querer cenar. ¿Ya hicieron su tarea?

Los niños asintieron a ambas cosas.

—¿Y Tony? —preguntó después Steve.

—Se fue a su habitación —le dijo Peter—. Está de mal humor... otra vez. Papá, haz algo.

Steve suspiró.

—Bien, veré que puedo hacer —dijo y caminó de vuelta al vestíbulo, donde volvió a tomar su carpeta y la caja blanca con verde.

Tony estaba recostado en la cama cuando entró en la habitación. Steve procuró no hacer ruido y dejó sus cosas sobre un sillón. Lentamente se acercó a la cama y trepó en ella. Se recostó frente a Tony, quien estaba durmiendo sobre su costado. Una suave sonrisa se dibujó en el rostro del rubio, y con la yema de sus dedos acarició levemente la mejilla de su alma gemela. Tony abrió los ojos con pesadez y sonrió al descubrir el rostro de Steve.

—Hola —le dijo Steve—. ¿Te sientes mal?

Tony no dijo nada hasta que consiguió, acurrucarse contra el pecho de Steve.

—Me siento muy cansado y me duele la cabeza —dijo—. No recordaba que fuera así.

Steve le abrazó y frotó su espalda suavemente.

—Lo siento, cariño.

Tony hizo un mohín a modo de queja. Steve sonrió.

—Te traje algo —le dijo y Tony levantó la vista.

—¿De qué se trata?

—Tendrás que soltarme por un momento.

Tony le dejó levantarse de la cama, y lo vio volver con una caja que reconoció de inmediato.

—¡Donas! —dijo al tiempo que se sentaba en la cama y estiraba los brazos para sujetar la caja.

Steve se la entregó y se sentó a su lado. Tony estaba contento y sonrió cuando descubrió las deliciosas donas, ahí estaban todos sus sabores preferidos. Y así, de la nada, todo el mal humor que había arrastrado durante el día se diluyó.

La brújula del corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora