La historia de Tony

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Tony todavía no podía asimilar lo que estaba pasando, sentado en la mesa del restaurante podía sentir la mirada preocupada de su hijo, quien estaba a su lado. Frente a él estaba una botella de agua abierta, a la que apenas le había dado unos sorbos. Más allá, Wade, de la mano de su mamá, esperaba a que ésta terminara de hablar con Steve.

—No se preocupe, señora Wilson —escuchó que decía éste último —. Sólo hablaremos un poco y le prometo que me aseguraré de que el señor Stark no se marche sin sentirse bien.

—De acuerdo, Steve —dijo la señora Wilson al tiempo que lanzaba una mirada preocupada a un pálido Tony —. Te lo encargó mucho, cualquier cosa, llámame.

Steve asintió. Tras ello, la señora Wilson y Wade se despidieron y salieron del restaurante. Tony les contestó vagamente y levantó la vista hacia Steve, quien se había sentado del otro lado de la mesa, para mirarle de frente. Tony tragó saliva, todo parecía una especie de alucinación, simplemente no podía creerlo. Pero él estaba ahí, mirándole como recordaba, el mismo tono de azul, el mismo largo de pestañas.

—Tony —dijo Steve—, ¿qué te parece si vamos a otro lugar para hablar con calma?

El castaño asintió calladamente, no tenía palabras y sí un nudo en la garganta amenazándolo.

—Mi departamento no está lejos —continuó Steve y, luego, volteó a ver a Peter —. Mientras hablamos, Peter puede comerse una rebanada de pastel.

—¡Sí! —dijo el niño — ¿Y puedo ver la tercera parte de la película del otro día?

—Claro que sí.

Peter vitoreó. Tony lo miró, dio cuenta de su sonrisa y eso tiró de los hilos de sus propios labios.

—Vamos entonces —dijo y se apoyó en la mesa para ponerse de pie.

En el departamento de Steve, Tony aceptó recostarse un rato en la cama de Steve, pero no lo hizo, se sentó en el borde, todavía muy impresionado como para hacer cualquier otra cosa, incluso, dormir un poco. A lo lejos, escuchaba la voz de Peter y la de Steve. Era como un sueño, uno de esos muchos que había tenido: Steve estaba vivo, de alguna manera era así; Peter podía convivir con su padre, jugar con él y copiarle alguna de las buenas cosas que tenía. Escucharlos reír uno con el otro, era otro de sus sueños recurrentes.

Steve le entregó la rebanada de pastel a Peter y le puso la película en la pantalla de la sala. Después, preparó un té y se lo llevó a Tony.

—Toma, te hará sentir mejor—le dijo al entrar en su habitación.

Tony estiró los brazos y sujetó la taza, luego, la apoyó en su regazo.

—No me gusta esto —dijo —. No me gusta soñar esto.

Steve se sentó a su lado, lentamente.

—¿Soñar esto?

—Que estás vivo —dijo Tony volteando a verlo —. Que hubo un error, un designio divino, algo, que te trajo de vuelta y que te quedarás. Al final siempre despierto y no estás.

Steve asintió. Lo entendía. Con los dedos peinó el pelo de Tony y lo acomodó detrás de su oreja, aunque no hubiera ningún mechón suelto.

—Pero éste no es un sueño.

—¿Dónde estabas? —dijo Tony con la voz quebrada —. ¿Por qué fingiste tu muerte? ¿Por qué te alejaste de mí?

Tony volteó a ver a Steve, su rostro se transformó de nuevo por el llanto, pero esta vez no hizo nada por controlarlo. Steve le retiró la taza de té y lo acunó en sus brazos.

La brújula del corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora