Sólo una vez

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Tony despertó. El dolor no vino de inmediato, pero pronto se dio cuenta de que estaba herido, no podía mover una pierna, el brazo le dolía muchísimo y cuando volteó a verlo, descubrió que tenía un fierro retorcido atravesándolo. Había sangre escurriendo por su sien y apenas si podía respirar. Giró la cabeza lentamente hacia su costado y creyó que su corazón se había detenido por un momento.

A su lado, en el asiento del copiloto, Steve estaba recostado con el rostro vuelto hacia la ventanilla, Tony no podía ver más que un hilo de sangre saliendo de su oído. Como pudo, estiró su brazo sano y se aferró a la chaqueta del otro. Trato de moverlo, de despertarlo.

—Steve...—le llamó jadeante porque le dolía el costado cada vez que inhalaba —. Steve...

Pero Steve no se movió, no reaccionó, ni siquiera cuando Tony tomó tanto dolor como podía soportar y le gritó. Ni siquiera cuando llegaron las ambulancias y los sacaron de los escombros que una vez había sido un auto.

La última imagen que Tony vio fue la de un paramédico presionando una y otra vez el pecho de Steve.

—¡Steve! —gritó cuando lo subieron a la ambulancia y cerraron las puertas.

Entonces, Tony despertó, está vez de verdad. Sentado en la cama, sintió un sudor frío que le recorría la espalda, a su corazón acelerado resonando en sus oídos con fuerza, y sintiendo la tibieza de las lágrimas que caían por su mejilla.

—¿Qué pasa? —escuchó a su lado —. ¿Otra vez tuviste pesadillas?

Tony tragó saliva y descubrió que tenía la garganta seca. Escuchó lo que su esposo le decía desde el otro lado de la cama, pero no contestó. Tal vez, por eso, éste se incorporó de la cama y se sentó a su lado. Tony se limpió las lágrimas con el dorso de la mano con premura.

—Te estoy hablando, Tony, ¿otra vez soñaste con él? —increpó el otro con un tono de voz de fastidio.

Tony asintió brevemente y el otro hizo un mohín.

—Deberías superarlo —dijo aquel volviendo a recostarse en la cama —. Ya debieron habérselo comido los gusanos de todas maneras.

Tony se sintió herido por aquellas palabras, pero no dijo nada. Apartó las mantas y se sentó al borde de la cama, buscando con los pies sus pantuflas.

—¿A dónde vas? —escuchó a sus espaldas esa voz de nuevo.

—Iré a ver al niño —dijo al tiempo que lograba ponerse las pantuflas.

No dijo nada más, se puso la bata y salió de la habitación; tampoco escuchó respuesta de su marido. Se dirigió por el pasillo a la siguiente puerta y se detuvo ahí por un momento, trató de tranquilizarse y de sacar aquella última imagen de su sueño de su mente. Luego, cuando se sintió calmado, abrió la puerta despacio para no hacer ruido.

Su hijo dormía como un ángel, sobre su costado y las manos bajo su mejilla. Tony sonrió al verlo y otra parte de su angustia se desvaneció. Caminó hasta la cama y se acuclillo frente a ella. Con los dedos acarició el cabello de su pequeño y suspiró. Una vez más, sintió que le picaban los ojos y la nariz; se habían renovado sus ganas de llorar.

—Papi —escucho bajito y reprimió sus lágrimas en pos de sonreírle.

—Pensé que dormías, campeón.

El pequeño sonrió.

—Sí, estaba durmiendo.

—Uh, ¿te desperté? Lo siento, cariño.

—¿No puedes dormir, papi? ¿Tuviste una pesadilla? Yo soñé con el coco el otro día, ¿te persigue el coco?

Tony sonrió de nuevo.

—Sí, algo así, Peter.

—¿Quieres dormir conmigo?

Tony asintió y Peter se hizo a un lado en su cama para dejarle espacio.

—Si estamos juntos el coco no se atreverá a atacarnos —le dijo.

—No, no lo hará, juntos somos invencibles —Tony se acomodó a su lado y lo arropó cuando el pequeño se acurrucó contra su pecho.

—Buenas noches, papi.

—Dulces sueños, hijo —Tony le besó en la coronilla y lo abrazó contra sí—. Te quiero, lo sabes, ¿verdad?

Peter asintió.

—También te quiero, papi.

Tony suspiró y miró por la ventana. Peter, como todas las noches, había abierto la persiana y la luna, en un cielo poco estrellado, se mostró enorme y brillante.

Hacía dos años que había dejado de soñar con aquel accidente, aunque ni un solo día de su vida había podido olvidarlo. Levantó el brazo con el que abrazaba a Peter, y miró su antebrazo. Su brújula estaba ahí, como siempre, detenida en el mismo punto. Ya no había señal de su alma gemela, su rastro se había perdido en la oscuridad más profunda. No había nada más ahí, por más que mirara. No volvería a moverse de nuevo, el imán que lo atraía, ya no estaba en este mundo.

Entonces, pasó algo que lo inquietó más de lo que su sueño había podido hacer. La flecha que hace tiempo se había quedado en el Sur se movió un poco hacia el Sureste. Fue un movimiento tan suave, tan imperceptible, que creyó estar alucinando. Sacudió la cabeza y volvió a abrazara su hijo. Cerró los ojos. Era imposible, su brújula solo se había movido una vez, solo esa vez, en dirección a Steve.

 Era imposible, su brújula solo se había movido una vez, solo esa vez, en dirección a Steve

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Espero que les haya gustado. 

Una agradecimiento especial a Zev  Rea Alada quien dio la idea original en la que me basé.

¡Nos estamos leyendo!


La brújula del corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora