Una aventura

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Steve llegó al árbol dónde había dejado a su hijo y a Wade. Levantó la vista y con alivio, vio las dos caritas de los niños asomándose entre el follaje. Los llamó y los niños bajaron despacio.

—¿Qué pasó? —preguntó Wade — ¿Cómo está mi mamá?

Steve les contó que había unos hombres malos que tenían como rehenes a los demás como en las películas de robos de bancos. Omitió el hecho de que estaban buscando a Peter, porque no quería asustarlos más de lo que ya estaban.

—¿Qué hacemos? —dijo Wade —No podemos dejar a mi mamá ahí.

—Es verdad —apoyó Peter.

Steve estaba de acuerdo, pero necesitaba pensar en un plan. La policía no iba a llegar a tiempo; para llamarla, para empezar, necesitaban el radio que llevaba uno de los instructores, porque no había señal de telefonía móvil en dónde estaban. Ahora, esos hombres tenían armas, ellos no.

—Traje mi equipo de emergencias —dijo Wade quitándose la pequeña mochila que llevaba en la espalda.

Se sentó en el suelo y Peter y Steve vieron como sacaba una linterna, un par de pilas, una botella de agua, una manta de franela con ositos, un peluche pequeño de unicornio, un rollo de cuerda, una navaja multiusos, cinta canela, un calzón rojo, una lupa, un paquete a medio comer de galletas, unas estrellas ninja, un par de hojas de papel, un frisbee, y una cajita de colores de madera.

Steve observó todo aquello, de algo debía servir. Eran tres hombres armados, había que deshacerse uno a uno de ellos. Se agachó y tomó la cuerda.

—Saben hacer trampas, ¿verdad?

Los niños asintieron.

—Por última vez —dijo el hombre ante el grupo de exploradores que les miraban asustados —¿Dónde está Peter Stark?

La señora Wilson se encogió en sí misma. No sabía dónde estaba Wade, ni Peter, pero sentía un gran alivio, porque, además, estaba segura que ambos niños estaban con Steve. Esperaba con todo su corazón que se escondieran, no importaba qué. Pero su corazón casi se detiene cuando escuchó la voz de su hijo.

—¡HEY PAPANATAS!

Levantó la vista y vio a un niño al borde del claro del bosque, con una gorra encasquetada casi hasta los ojos, pero sabía que era su hijo por su voz, por sus movimientos y por el gesto que hizo a continuación.

—¡Bésenme el trasero! —les dijo y se dio la vuelta agitando las pompas.

—¡Ahí está! —dijo el jefe y señaló a los dos hombres restantes —. ¡Vayan por él! Recuerden que lo necesitamos vivo e ileso.

Los otros dos asintieron y se adelantaron. Wade detuvo su baile, los miró brevemente y se echó a correr al interior del bosque. La señora Wilson se desmayó.

Peter estaba trepado en un árbol, mirando en lontananza, esperando ver aparecer a Wade. Steve estaba debajo, sujetando la cuerda.

—¡Aquí viene! —avisó Peter cuando vio a Wade saltar un tronco con agilidad, acercándose a ellos.

Los hombres que lo perseguían, creyeron que sería fácil atraparlo, pero era muy escurridizo, además, el camino estaba lleno de piedras y troncos, los árboles salían de pronto. Se les dificultaba seguirlo, habrían preferido darle un tiro, pero la orden era llevárselo ileso, así que, para evitar la tentación, se colgaron las armas tras la espalda. Wade desaceleró cuando se acercó al árbol.

—Niño, ven aquí —le dijo uno de los hombres —¡Detente!

Wade obedeció, sólo porque había llegado al punto que debía. El hombre caminó hacia él y estiró su mano para atraparlo.

La brújula del corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora