VII

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La sexta casa era considerada uno de los lugares más santos y puros de todo el Santuario, donde siempre reinaba el silencio, y estaba guardada una paz sobrenatural, aunque había sido escenario de increíbles batallas: quién no recordaba el enfrentamiento entre Ikki del fénix y Shaka, o la dura, amarga lucha fratricida del dueño de esta mansión con los tres valientes renegados, durante la guerra santa contra Hades? El templo en esa ocasión había sido desastrosamente destruido, convertido en montones de ruinas, y luego reconstruido a instancias de la diosa de la sabiduría, y de la guerra estratégica; sin embargo el sitio nunca había perdido su original aura de santidad, de integridad, esa particular atmósfera mística de refugio misterioso, y parcialmente escondido, ocultado a las miradas profanas, en el que el caballero guardián del templo meditaba sumergido en el aroma de sahumerios purificadores, recitando antiguos mantras, o en ocasiones conversaba con unos pocos íntimos sobre temas de gran relevancia espiritual y moral: atención a la palabras que se atrevía a proferir entre estos muros sagrados, porque si consideradas inapropiadas o blasfemas, el exilio, que preveía el instantáneo confinamiento en uno de los seis mundos establecidos por el karma de la tradición budista*, totalmente privados de los cinco sentidos, estaba seguro. Sin embargo era necesario precisar que este no era el única casa del zodiaco donde podían suceder cosas similares, es decir, el sexto guardián no era el único santo altamente susceptible, quisquilloso sobre ciertos temas, pero también en el templo del santo encarnación del bello y noble copero de los dioses, especialmente dentro de la legendaria biblioteca acuariana, se debía tener miedo de no respetar los buenos modales, y la tranquilidad del lugar, teniendo en cuenta que el mago del hielo a menudo estaba totalmente metido en estudios e investigaciones importantes: el castigo por pronunciar palabras tontas, o simplemente molestarlo, por ejemplo, era la instantánea hibernación.

En resumen, la morada de Astrea**, la titanesa virgen hija de Astreus y de la diosa Eos, administradora de la justicia divina en la tierra durante la edad de oro, no era un lugar adecuado para los bobos plebeyos, para los impuros, o para los hombres de poca fe.

Milo había entrado en el gran salón central de esa casa de puntillas , casi en sujeción, escoltado por el dueño de la casa y el carnero dorado, que parecía estar muy a gusto entre esas antiguas columnas rodeadas de un esencial mobiliario minimalista de estilo oriental. Los dos caballeros hicieron acomodar el escorpión sobre un cojín decorado con mandalas rojos y dorados, ubicado en el suelo, sobre una alfombra con incrustaciones, colocado junto a una mesa baja: eso era el humilde comedor de Shaka. El perfume calido, especiado, de los mercados indios de Nueva Delhi inundó las narinas del heleno, cuando el virginiano abrió su despensa para sacar un paquete de té de Assam ***, mientras Mu encendía un tipo particular de incienso, constituido por un bastoncillo corto y grueso, muy utilizado en el Tíbet, que nada tenía que ver con el incienso que normalmente es comercializado a nivel de mercado: era muy fragante, y ese olor llevó al griego a una especie de peregrinaje mental, directamente dentro de un ashram himalayo.

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