Trece

42 5 0
                                        

Dennis me mira con sus ojos y una de sus rastas cayendo por su frente. En sus manos trae una bolsa de mi restaurante favorito.
Nuestro abrazo duró más de lo normal. No me gustaba estar tanto tiempo separada de él.
Nos tiramos en el sofá para hablar.

—Estoy consiguiendo causar problemas en la relación de Sean y lo noto más unido a mi.— había notado como Dennis había dejado de escuchar para mirar hacia el suelo.—¿Qué pasa?

—¿Qué pasará cuando acabes esta misión?— sabía que le preocupaba que me largara ya que se quedaría completamente solo y aunque era justo lo que pensaba hacer me dolía abandonarlo.

—Sabes que no es viable que me quede aquí, me descubrirían.— lo miro triste mientras él acaricia mi muslo con sus manos. Ese acto me pondría nerviosa si fuera Sean, por ejemplo, pero no él.

—No podré seguir adelante sin ti.

—Tendrás que hacerlo.— le advertí.

Pasamos una muy buena tarde juntos como lo solíamos hacer. Hacía unos meses que Dennis y yo quedábamos para contarnos nuestros problemas y preocupaciones y se había convertido casi en una tradición.

(...)

Hoy iba a volver a intentar mi táctica de empresaria amable llevándole un café a Sean y esperando poder hablar un poco con él.
Me aseguro de que se encuentra en su oficina ya que al llegar su puerta está entreabierta.

—Te he traído una cosita.— le digo sonriendo.

—Ah, Sierra, justo quería hablar contigo.— mi cuerpo se tensa al escuchar aquellas palabras salir de sus labios.—No sé que ha pasado pero Gloriana me pidió que te echara, ¿sabes algo?

Mierda. La había cagado pero bien, confiaba en que no lo hiciera porque si no, todo se iría al traste.

—Em, yo...yo no se nada.— espero impaciente a su respuesta que al no llegar me pone más nerviosa aún.—Y...¿lo vas a hacer?

—¡Claro que no! Haces muy bien tu trabajo.— el alivio de apodera de mi cara y cuerpo haciendo notar lo tensa que estaba antes.—Estará celosa de nuestra buena relación.

Sean había soltado aquella ultima frase sin ningún ápice de importancia pero, fue suficiente para que me aferrara a aquello y siguiera creyendo que podía hacerlo.

—¿Te apetece tomarte algo en la cafetería dentro de unos minutos?— pregunto esperando esa sonrisa que me hacía más fácil mi tarea. A veces, aquella sonrisa me hacía dudar, ¿acaso disfrutaba de mi oscuro trabajo? No podía olvidar que al final le traicionaría, le robaría y desaparecería y aquello me aterraba.

Sean aceptó y vino a buscarme unos minutos más tarde. Ya había pedido algo para nosotros, sobre una de las mesas de madera blanca había una cerveza y un capuchino. Se había dado cuenta. Se había dado cuenta de que estaba obsesionada con esa bebida.

—¿Te has acordado?— digo casi con un hilo de voz.

—Claro, eres mi amiga.—Aquellas palabras ya no sonaban bien, no si salían de su boca.—Bueno, ¿qué tal tu vida?

—Bien, nada nuevo. ¿Y tú? ¿Tienes algún plan para el futuro?— todas mis preguntas iban encaminadas a respuestas que pudiesen ayudarme a conseguir la contraseña.

—Bueno, llevo ahorrando años para una gran inversión. Ni con toda mi fortuna podría pagarlo así que me llevará unos años más.

—¿De qué se trata?— doy un sorbo a mi capuchino que sabe a gloria después de un día largo de trabajo. Él bebe del botellín de cerveza y veo como su garganta se contrae al tragar aquel líquido amarillento.

Obligada a él Donde viven las historias. Descúbrelo ahora