Doce

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El viaje de vuelta fue tranquilo y melancólico para mi. Aún debía ganarme el amor de Sean. Nos habíamos convertido en buenos amigos pero eso no bastaba, no para Díaz.

Volví a hacerme la dormida para volver a notar la calidez de su cuerpo en mi mejilla. Una sensación de necesidad me obligaba a quedarme pegada a él.

(...)

Al llegar a casa todo parecía igual que como lo había dejado, mi madre durmiendo en el sofá con la tele encendida y la puerta de Serena cerrada.
Había olvidado completamente la situación de mi hija.

Toco a la puerta y sin respuesta decido entrar.
La mirada fría de mi hija me heló la sangre.
Estaba sentada en la cama con un marco de fotos entre las manos. Era la única foto que conservaba de él y había evitado mirarla todo lo posible.

—Serena...— no acabo la frase porque realmente no sé qué decir.

—¿Porque se fue?— me preguntó sin apartar la mirada de la foto. Su voz no sonaba como la de una niña de cuatro años si no como una adulta.

Esa pregunta no la podía contestar, como le iba a decir que se fue por ella, por su propia hija.
Evito que mis ojos se vuelvan cristal y miro hacia un lado.

—Papá ya no me quería.— dije sintiendo un pinchazo de dolor sabiendo que en el fondo no lo había superado después de cuatro largos años. Siempre lo había considerado el amor de mi vida, nunca había querido a alguien como lo hice con él.

—Pero tú a él si, ¿verdad?

—Siempre lo voy a querer.— no hablaba yo al decir esas palabras si no mi yo de diecinueve años, la que esperaba que el amor pudiera con todo, vaya ingenua.

—¿Lo volveré a ver?— aquella pregunta me dio rabia, si ella supiera que nos abandonó por el hecho de su nacimiento no lo querría volver a ver.

Jamas permitiría que Mikel la volviera a ver. Sí, había estado cuatro años llorándole pero el rencor que se generó superó la melancolía.

—Serena, duerme un poco.— le sugerí al ver las pequeñas ojeras que empezaban a dibujarse bajo sus bonitos ojos.

Aquella noche, cuando Serena cayó en un sueño profundo, cogí el marco con el que se había dormido abrazada y lo tiré.

(...)

Al llegar a la oficina volví a respirar el amigable ambiente de siempre.
Cojo un café y un capuchino de la pequeña cafetería que había en el hall. Mi intención era pasar un rato con Sean e intentar seguir indagando en sus intimidades.

—No está.— dice la voz de Calvin antes de que choque mis nudillos con la puerta del despacho de Sean.

Mi sonrisa se tuerce al ver a aquel odioso humano frente a mi. Llevaba una camisa azul celeste arrugada y unos pantalones color marrón.

—¿Y se puede saber dónde está?

—No puedo ofrecerte esa información.

Aprieto mi mandíbula y decido preguntar yo misma.
Saco el teléfono y le escribo a Sean.

"Me he cogido el día libre, Gloriana quería pasar tiempo juntos."

Ouch, justo en el corazón. No me afectaba sentimentalmente, o eso creo, si no de forma laboral. Si no me sacaba algo ya Díaz se pondría furioso.

Me alejo de Calvin y decido elaborar un plan.

(...)

Había salido unas horas antes de la oficina para dirigirme a un spa no muy lejos del centro de Valencia. Había elegido uno de mis mejores bañadores, era negro y con una obertura en el pecho.

Después de hacerme una trenza en el vestuario salí en busca de mi presa.
Una mirada rápida y como siempre pasaba, encontraba sus ojos.

—¡Sierra, qué haces aquí!— dijo Sean entusiasmado y sorprendido de verme. Lleva un bañador azul marino que lo hacía parecer más moreno de lo que era. Tenía el pelo mojado y goteaba haciéndome perder la concentración.

—Si, Sierra, ¿qué haces aquí?— Gloriana no parecía tan alegre de mi presencia. Jaque mate, zorra.

Agradecí que, una hora antes Greedy me hubiese confesado el paradero de Sean.

—He decidido venir a descansar un par de horas, no te importa, ¿verdad Sean?— sonreí como una niña de quince años la cual acaba de ganar a su enemiga en una pelea.

—¿No has descansado suficiente en el viaje?— se notaba lo recelosa que estaba Gloriana seguro le hacía arder por dentro que una chiquilla de veintitrés años deambulara cerca de su hombre.

Vi como Sean pellizcaba las caderas de su mujer para hacerla callar.

—Claro que no me importa.— me sonrió por última vez antes de que me diera la vuelta.—Espera, a Gloriana y a mi nos gustaría que te quedaras un rato con nosotros.

Casi suelto una carcajada al ver el rostro de su mujer mirándolo perpleja. Imagino que solo hablaba de lo que él quería.

El resto de la tarde la pasamos hablando del viaje del cual no paraba de sacar tema para que Gloriana se sintiese lo más desplazada posible.

Una hora después, nos dirigimos a los vestuarios.
En aquel momento los vestuarios estaban vacíos, solo estábamos Gloriana y yo.

—¿Qué pretendes? ¿Que mi marido al cual enamoré en un mes se vaya detrás tuya porque le hagas reír tres veces?— soltó la arpía encarándome.

—No pretendo nada pero si te sientes amenazada por algo será.— digo para dar por finalizada a la incómoda conversación.

Antes de que llegue a una de las duchas, Gloriana me empuja haciendo que resbale con el suelo húmedo del vestuario. Caigo de culo provocándome un pinchazo intenso en esa zona.

—Serás zorra.— es lo único que se me ocurre antes de abalanzarme sobre ella. Le agarró del pelo estirando. Nos enredamos en una pelea de arañazos e indultos inaudibles.

—Puedo hacer que te echen con una sola acción.

—¿ Y porque no lo has hecho ya?— sonrío aunque temo que sea cierto lo que dice.
Gloriana se envuelve en una toalla para salir del vestuario semidesnuda.
Suspiro pasándome los dedos por el moretón que se empieza a formar en mi glúteo izquierdo. Por lo menos había marcado el territorio.

(...)

Ya en casa, mi madre se había llevado a Serena al cine para que se despejara. Cuando Serena descubrió que la foto de su padre había desaparecido decidió culparme y no había querido saber nada de mi desde entonces.

El timbre de mi casa suena y temo quien puede ser la personas tras la puerta. Me levanto lentamente y al abrir se me ilumina los ojos.
Por fin abrazo a esa persona que tanto he echado de menos.

—Te he echado tanto de menos.

—Yo más.

Obligada a él Donde viven las historias. Descúbrelo ahora